Corrida grande, la que marca el cénit de la temporada, que rememora que el toreó a pie nació del pueblo y dedicaba el producto de la pasión de los españoles de antaño a beneficencia, a los hospitales y a los más desfavorecidos de nuestra España de ayer. Por eso, más de tres siglos después de que naciera esta fiesta que es emoción y belleza, luz y color, se sigue celebrando esta corrida de Beneficencia, ayer honrada con la presencia del Rey Don Felipe.

Que no le pese al Rey asistir y compartir esta fiesta y este sentimiento con los aficionados que ayer abarrotamos los tendidos venteños, que seguro que no seremos nosotros, en estos tiempos tan procelosos, los que cuestionemos a una Institución que hoy aporta estabilidad y sentido de permanencia a nuestra nación.

Pero algo tan esperado lo deslució la corrida de Victoriano del Río, encierro remendado con un sobrero de Domingo Hernández, lidiado en segundo lugar, y un tercero del segundo hierro de la ganadería anunciada. Lo deslució, a veces por falta de fuerzas y a veces porque no andaban sobrados de casta y raza los astados. Tanto monta, monta tanto, con llenazo en los tendidos.

Lo único destacado fue la faena de El Juli al cuarto toro de la tarde. Arremangado de pitones, enseñaba las palas, era un tío e hizo una salida desafiante. Trotón, lo tomó El Juli, metía bien la cara pero con un punto de sosería. Dos chicuelinas feotas en el quite, tijerilla y la media. Pero era un toro que apuntaba maneras.

Inicio de faena torerísimo del torero afinado en Olivenza, por abajo, sometiendo al animal. En redondo a continuación, toques firmes que encelaban al burel, puesta la muleta. Segunda tanda con las mismas premisas, no le consentía el diestro una distracción aunque en el toreó lo que prima es la suavidad. Al natural, faena a menos, después de uno en uno los muletazos. Toro de embestida desigual y torero en sazón. Arrimón de El Juli y división en los tendidos. Toro sin fondo y torero muy por encima. Es lo que hay que valorar. Estocada y oreja que salvó la tarde.

Antes El Juli había sorteado un animal corto de cuello y que se empleó lo justo en el capote. Fue un animal muy desrazado, que es ausencia de bravura. El toro embestía a su aire, sin fijeza, y la faena no tuvo continuidad.

José María Manzanares, entre que sí y que no con el primero de su lote, un sobrero de Domingo Hernández. Antes sorteó un precioso sardo de capa, pues tenía los tres pelos -negro, blanco y colorado-, que fue devuelto por su blandura, a pesar de la clase infinita que apuntaba.

Ese sobrero tenía un punto de aspereza pero Manzanares no se sintió a gusto. Tan no sé sintió que en los muletazo del alicantino había estética pero no mando, que consiste en llevar al toro, no aprovechar sus embestidas. Faena anodina.

Humillar de verdad, con soberbia entrega era lo que hacía de salida el quinto, segundo de José María Manzanares. Lo mejor fueron las chicuelinas al paso del alicantino en un galleo de los que pocos se ven, apretadas, voladas, de hondo sabor. Mostraba clase pero blandeaba. No pudo ser.

Alejandro Talavante tuvo el lote más deslucido. Sin paliativos. Tuvo aspereza su primero, hasta que se rajó con descaro. Antes el torero puso firmeza, aguante y solvencia, sin poder lucir.

El sexto fue un animal sin ritmo en su embestida. Se quedaba corto y Talavante le tenía que perder pasos. Con él el de Badajoz pronto perdió la fe.

Lo tantas veces dicho: corrida de expectación, corrida de decepción.