Varios trabajadores del Ayuntamiento de Bristol cogieron un rodillo en el 2007, lo mojaron en un cubo de pintura y borraron un graffiti valorado en 115.000 euros. Era de Banksy, el huidizo y casi anónimo artista que más ha hecho por llevar la pintura callejera de los muros de los edificios a los muros de las galerías, y sobre el municipio del oeste de Inglaterra llovieron reproches: sus responsables políticos fueron acusados de insensibilidad artística, vandalismo e ignorancia.

Dos años después, Bristol, quizá la ciudad con más graffiti por metro cuadrado, quiere redimirse. Así: convocará un referendo cada vez que pretenda borrar una pintura callejera de cierta envergadura y complejidad pictórica, no una simple firma esbozada en pocos segundos o una declaración de amor. "El consistorio aprobará una nueva política para el arte callejero --informó a través de un comunicado el pasado 26 de agosto--, que tratará de definir y apoyar las exposiciones de arte público, siempre que los ciudadanos nos digan que los murales tienen un impacto positivo en el entorno y el propietario del lugar no haya puesto ninguna objeción".

En la práctica, el proyecto del ayuntamiento consistirá en que cada vez que desee borrar una pintura callejera colocará una foto del mural en su web, dará unos días para que los ciudadanos digan qué les parece, hará un recuento de los votos y tomará una decisión en base al resultado, como ya hizo con el famoso graffiti de Banksy en el que aparece un hombre colgado de una ventana mientras el compañero o marido de su amante intenta dar con él.