TDte las experiencias de este verano, la que más me inquieta es que el retrete de mi habitación en el Hotel Balneario de Baños se cerrara por fuera. La privacidad del lavabo es una conquista de las clases medias que, con la universalización del agua corriente, consiguieron, por fin, un lugar íntimo para dedicarse a sus reflexiones. El comedor siempre estaba lleno. En las alcobas aún se dormía de tres en tres. El salón-recibidor únicamente se usaba para los pésames y las pedidas de mano y, en fin, sólo el retrete era privado y se convertía en un símbolo de progreso al que se le ponía un nombre sofisticado: el wáter.

Por eso me extrañaba esa falta de intimidad en el aristocrático Hotel Balneario de Baños. Aunque dándole vueltas al enigma, he acabado por encontrarle una simbología. Hace años, viví algún tiempo en casa de unos millonarios alemanes, donde descubrí espantado que los lavabos no tenían cerradura. Ibas a tus cosas y aquello parecía una película de Hitchcock: en cualquier momento podía abrirse la puerta y aparecer la hija del millonario. Sospecho que el íntimo wáter ya se considera una vulgaridad de clase media y lo elegante es la letrina compartida y el mingitorio de puertas abiertas. Quizás lo aristocrático sea hacer como ese jubilado cacereño que cada atardecer acude a cagar al callejón de la Huerta del Conde. Nos encontramos muchas tardes: nos saludamos educadamente, yo continúo camino de la Montaña y él prosigue empecinado en su empeño. A partir de ahora le haré una reverencia y lo trataré de usía... Usía el caganer .