Con 15 años cogió su primera bandeja para ayudar a sus hermanos en el bodegón familiar que regentaban en la calle Reyes Huertas. A punto de cumplir 33, el cacereño Miguel Angel Lancho, ayudante de jefe de sala en un hotel de Mallorca, ha recibido la Bandeja de Plata al quedar tercero en el Campeonato de Baleares de Profesionales de Sala.

Pasó una selección previa, y de 12 aspirantes solo sobrevivieron cinco, que tuvieron que medir sus habilidades en una decena de pruebas: montar una mesa y centro de flores; deshuesar una paletilla de cordero; cortar jamón; trinchar gambas; catar y escanciar una botella de vino; preparar fresas a la pimienta; elaborar un cocktail; y superar un cuestionario de 50 preguntas sobre restauración.

Lancho cuenta que sintió "nervios" mientras realizaba las pruebas. No es de extrañar, los ocho miembros del jurado no dejaban de seguir sus movimientos y es que, según el cacereño, las formas y el protocolo en este trabajo son "muy importantes". Además, el tiempo para demostrar su arte en la sala era escaso, entre cinco y diez minutos.

Repetir experiencia

Ahora, con la Bandeja de Plata en la mano, acompañará al ganador del campeonato al certamen nacional, pero el próximo año volverá a repetir en Baleares para ser él quien compita a nivel nacional. Reconoce que sus aspiraciones miran lejos, quiere ser jefe de sala y de los mejores, por eso confiesa que dedica "muchas horas libres" a formarse. "Ensayo en mi casa para prepararme y para innovar". Tiene como libro de cabecera un diccionario de restauración y asegura que obtener este premio ha sido "gratificante", pues reconoce que su trabajo es "muy sacrificado" porque, pase lo que pase, siempre hay que poner "buena cara". "Nosotros vendemos más que comida, alegría y hacemos de psicólogos porque los clientes te cuentan de todo", añade.

A Cáceres vuelve de noviembre a abril, en temporada baja. En esta ciudad vive su familia y sus amigos, a quienes dedica su premio y también comenzó su pasión por la hostelería e incluso, llegó a abrir su propio negocio hace diez años: un bar de copas en la calle General Ezponda, el Jacaranda. Echó el cerrojo tres años después, el botellón de la plaza Mayor acabó con su negocio y sus ilusiones. "Cerré por desesperación".

Antes de abril el local trabajó en establecimientos de Alicante, Murcia o Guadalajara. "Fue muy duro, al principio trabajaba de diez de la mañana hasta las tres y media de la madrugada", recuerda.

Durante ese periplo inició su formación, que ha culminado graduándose en la Escuela de Hostelería de Baleares. Le gusta volver a Extremadura, pero cree que en lo que se refiere al turismo es "un diamante que hay que pulir".