TAt estas alturas, con el hígado, el estómago y la tarjeta de crédito por los suelos, nadie se libra de los buenos propósitos, y más este año que el 1 de enero viene bailando con prohibiciones varias.

Hay quien los apunta en papeles secretos y quien los cuenta a amigos y familiares. O hay también quien no los hace, porque de prepotentes y pagados de sí mismos está el mundo lleno. Quién no tiene algo que mejorar o algún vicio pendiente.

Por eso, el 31 bebemos, fumamos como locos, nos desatamos. Nos prometemos no olvidar lo que queremos a la gente, hacemos planes para llamar y quedar, dejamos que la euforia nos haga entonar cánticos regionales.

A mí, que siempre he tenido mi corazoncito muy cerca de las clásicas, no me gustó nunca lo del carpe diem, el eslogan (que diría algún iletrado) de Horacio . Vive el momento. Consume como si no volvieran a abrirse nunca los centros comerciales.

Puestos a quedarme con una frase, prefiero a Demóstenes . Es vergonzoso engañarse uno mismo. Por eso, y por esa falsa sabiduría que va dando la madurez, aunque hago buenos propósitos, sé que no voy a cumplirlos. El 1 de enero sí, más que nada por el estado físico. Pero el 2 mejor no hablamos.

Así que crean en el carpe diem en la Nochevieja. Pero no la vivan como si fuera la última, no vayan a quedarse en el intento, como aquel que intentaba suicidarse y murió mientras lo hacía.

Seguro que nos quedan noches mucho más felices. No siempre van a tener razón estos romanos. Y piensen en el mañana. Más que nada porque siempre será otro día. Feliz año.