La primera Puerta Grande de esta feria no ha tenido la rotundidad que se presume en triunfos así. Aunque no es cosa de censurárselo a Castella, que hizo más de lo que cabía en función de las condiciones de sus toros. Un portazo generoso porque la mayoría del tendido así lo quiso. Esplendidez que nace seguramente en la falta de interés que despierta el ciclo en los ocho festejos vistos.

Lo cierto es que apenas hubo protestas en la concesión de los dos trofeos, uno y uno, que paseó el diestro francés afincado en Sevilla. Si acaso en la primera oreja, unas ligerísimas quejas intentaron desenmascarar la falta de redondez de una faena a medias en muchos aspectos.

Pues fue medio toro por rajado . Y si la faena tuvo estética, que la tuvo, sin embargo, fue también media faena. En todo caso hay que sobrevalorar el esfuerzo del torero, dejándole la muleta siempre en la cara, y tirando del toro a base de temple. No quería el manso, pero hubo muletazos muy esforzados, de uno en uno, por abajo y con plasticidad. Faena intermitente, sin ritmo ni unidad, fue también media faena, pero hay que sobrevolar el esfuerzo del torero, dejándole la muleta siempre en la cara.

Con el quinto fue otro cantar. Aquí sí. El toro aportó mucho más. Codicioso y humillado, empujando las telas por abajo, y repitiendo. Toro con más cuajo que los anteriores, y muy apto para hacer el toreo, con el que Castella se sintió muy seguro, resuelto e inspirado.

Ahora estaba la Puerta Grande mucho más clara. Hubo arte y emoción en la apertura por alto, y a partir de hay fue perfecta la conjunción entre toro y torero. Dos tandas por la derecha, de muchos muletazos impecables y muy seguidos. En la tercera faltó limpieza. Y aunque bajó el tono al cambiar de mano, desarme incluido, se mantuvo la emoción.

Al volver por el derecho la respuesta ya no fue la misma. Unas socorridas manoletinas y a matar. Entró la espada un poco de cualquier manera. Pero estaba la tarde para Castella, que empieza a ser el último torero consentido en Madrid. Le dieron la oreja, y con ella la Puerta Grande.

A Morante le fallaron los toros, y el ánimo. Su mansísimo primero apenas le dejó esbozar unos pocos medios muletazos de figura forzada, rozando la pantomima. Y más de lo mismo con el distraído y parado cuarto.

Alejandro Talavante empezó muy quieto, pero acabaría también desorientado en las tinieblas del aburrimiento. A punto de ponerse pesado en su primero, y ni eso en el último.