TAtl Gore ha estado en Bilbao dando una conferencia ecologista. El hombre iba para presidente de los Estados Unidos, pero Bush hizo trampas y lo bajó del tablao político de malas maneras. Y, en vez de deprimirse o dedicarse a la macramé o a los bonsais, va por la vida advirtiendo de que el capitalismo es una caca y aportando fórmulas para paliar el hambre en el mundo. Entre unas cosas y otras, cada conferencia suya le sale al ayuntamiento contratante por unos doscientos mil euros. Pero en esto es donde se nota que los políticos son imparciales, en que lo mismo apoyan una refinería que a un viejo verde. Y no es porque sean manirrotos con el dinero ajeno, no. Es por lo que ha dicho Benedicto XVI en Francia: que el dinero aparece y desaparece, pero Dios permanece. Lástima que no haya dicho dónde permanece, aunque hay quien sospecha que se aloja en una cuenta suiza. Lo que sí parece claro es que el dinero, en su infinita sabiduría, establece el equilibrio circular del mundo. Observen: bastarían unos tres mil millones para evitar la muerte de diecinueve millones de niños desnutridos, pero, en vez de eso y en aras del equilibrio mundial, le damos, solo en España, cincuenta mil millones de euros a la banca. De este modo la banca ayuda a las inmobiliarias y, aunque ya hay más de un millón de pisos vacíos, se construirán otro millón más. Cada uno con su aparatito de aire escupiendo venenos al cielo. Luego, con la golosina de unas subvenciones, convencemos a la gente de que tenga más hijos, aunque solo sea por venderle un piso. Temerle a la superpoblación es de cobardes. Lo malo es que cada niño viene con su hipoteca, su coche y su canesú. Y al cabo de unos años la burbuja revienta de nuevo. Pero entonces traemos a Gore, y vuelta a empezar.