TMte han regalado una crema para el contorno de ojos y me siento rarísimo. La he colocado encima del lavabo y cada noche, mientras me cepillo los dientes, la miro sin saber muy bien qué hacer con ella. No me veo yo untándome el ungüento susodicho. Rectifico: no me veía. Porque ayer, cuando ya estaba bajo el edredón, decidí hacerme heteroflexible, saltar de la cama y entregar el contorno de mis ojos a los efectos benéficos del descongestant eye gel , que, dicho sea de paso, refresca el entorno ocular que da gusto.

Hasta ahora, mis únicas experiencias metrosexuales habían sido el masaje Floid , que te congelaba la piel y espantaba los labios femeninos porque irritaba los lacrimales, y los after shaves Varón Dandy y Luky , que tenían un olor a droguería antigua que deprimía mucho. Con estas lociones y un poco de Atrix en los intersticios recónditos que la sudoración escocía, uno iba salvando los muebles y timándose con la belleza mal que bien. Pero desde la llegada de Papá Noel con su descongestant eye gel , me he reencontrado con la donosura y he empezado a ocultar mi edad. Fíjense lo que puede una pizca de cremita: dosifico un suspiro de pomada en la pata de gallo, la esparzo con denuedo por bolsas, párpados y ojeras y en un plis plas digo adiós al cansancio del ordenador y a los estragos de la madurez. Ahora soy otro. Es que ni me conozco. Miro con intensidad desusada, compongo unas caídas de pestañas que desarman a mi frutera y anhelo la llegada de la noche para ungirme con el bálsamo de la felicidad óptica. Ojo, que mancho.