Los duques de Lugo parecen haberle encontrado el gusto a Nueva York. Bien está porque demuestra que finalmente Jaime de Marichalar se ha convencido de que sólo la dedicación exclusiva e intensiva a sus ejercicios de recuperación y a su familia le puede permitir volver a ser el que era antes de su accidente.

Jaime de Marichalar inició su segunda recuperación a finales del año pasado. Gracias a una intervención directa del Rey, el duque se puso en manos del cardiólogo español Valentín Fuster, que ejerce en el Hospital Mount Sinai de Manhattan y supervisa su recuperación. Las primeras semanas fueron difíciles, ya que el enfermo cruzó varias veces el Atlántico en las dos direcciones con cualquier excusa, lo que hacía inviable un tratamiento basado en la constancia y la continuidad.

Tras las vacaciones de Navidad, hubo una nueva reunión familiar en la Zarzuela para reconducir la situación, ya que las idas y venidas de Nueva York a Madrid, tanto del duque como de la infanta Elena, habían empezado a ser utilizadas como argumento de una presunta crisis matrimonial.

Desde enero, el duque no ha vuelto a España y la infanta, que se instaló con sus hijos definitivamente en Nueva York a mediados de febrero, tampoco. No hay excusas que valgan para dejar el tratamiento, de modo que Jaime y Elena quedaron ayer excusados de asistir al funeral de Don Juan. Al parecer, tampoco estarán este fin de semana en Madrid con motivo de la visita del Papa. La inmersión total en la rehabilitación y en la vida familiar ha dado buenos resultados. El duque está mucho mejor, y su esposa, también.