TYto no creo que el hombre pusiera el pie en la Luna hace cuarenta años. Sin embargo, aquella aventura fue un gran paso para la Humanidad. Fíjese usted que entonces, mientras que los rusos y los americanos gastaban cien mil millones de dólares en su guerra de las galaxias, el único contacto con la ciencia y la tecnología que podía esperar un español era que le atropellara un 600. Dicho así, suena como si fuéramos el culo del mundo y, sí, de acuerdo, lo fuimos, pero los rusos y los americanos tampoco estaban como para lanzar cohetes. Rusia, que siempre reía y presumía de que partía los corazones, resultó ser, tras el fracaso espacial, una nación de millones de hambrientos al servicio de un sueño escamoteado hacía décadas. Y de los americanos para qué hablar: un pueblo de estreñidos que sólo daba carné de astronauta a hombres blancos, íntegros padres de familias, de misa diaria y, por supuesto, de un solo matrimonio celebrado bajo el rito que dictara el canal de máxima audiencia. Con semejante embajada, casi mejor que lo de la Luna no fuese cierto. Para qué buscar fuera si teníamos el patio lleno de lunáticos. Y, no obstante, creo que aquel esfuerzo significó algo. La gente, un tipo de gente, empezó a entender que la barrera de lo imposible no se derrumba con rezos sino con ciencia y esfuerzo. Cuando Gagarin , el primer hombre que viajó al espacio, bajó de su nave, quiso hacer un chiste y dijo que allá arriba no había visto a Dios. Y lo cierto es que con aquella aventura el hombre tomó conciencia de su soledad, pero también de su poder para conducir su destino. Luego cayó Rusia, cayó el Muro de Berlín, cayeron muchos prejuicios, y un negro preside América. Verdadero o no, aquel viaje a la luna nos hizo poner los pies en la tierra.