¿Caro o barato? He ahí el intríngulis de la cuestión. Comer fuera de casa tiene un precio. En mi opinión, opinión que tengo por certeza, se puede comer, y de hecho se come, soberbiamente por, pongamos, 10 euros. Esto no admite duda salvo para desviados de la media, claro está. En Extremadura son muchos los restaurantes que dan de comer maravillosamente por poco dinero. Hay multitud de sitios gloriosos donde se sirven magníficos menús del día; menús de batalla y, al mismo tiempo, de toma pan y moja. A pie de carretera y a la vuelta de la esquina. Y siendo así, ¿por qué pagar más? ¿Qué hace que determinados restaurantes cobren más y, aún así, sean alabados por muchos? La respuesta es meridiana, no todos buscamos lo mismo, ni a todos causa deleite lo mismo. ¿Pedantes o sibaritas?

Hablando en plata, ¿qué nos lleva a pagar más de 10 euros por comer? Muchas y muy diversas tentaciones. O caprichos, o perversiones, o espasmos. Cinco fundamentalmente. El entorno, el servicio, la ubicación, la materia prima y la elaboración del plato. No es lo mismo una taberna que el comedor del Titanic. Con independencia del resultado final del viaje, cualquiera llega a comprender que cenar en el Titanic pudiera resultar algo más caro. ¿Es caro cenar el Titanic? Digamos que piden más monedas que en una taberna al uso, pero eso no debería sorprendernos, ni hacernos blasfemar. El entorno es también, pero no solo, el lujo. El entorno es capaz de extasiarnos. El entorno es la belleza. La luz, la decoración, la cubertería, el mantel, la silla donde colocamos las posaderas y, por supuesto, el espacio. El espacio entre mesa y mesa. Nada define la categoría de un restaurante tan a primera vista como el espacio. Sí, pero no solo. Tengo entre mis favoritos soberbios restaurantes donde en la mesa propia parecen comer los ajenos. Son las paradojas del placer. ¿Perversión o placer?

El entorno tiene su pariente cercano en el servicio: su número, su trato, su pompa. La puerta grande del Olimpo de la buena mesa tiene que ver, no solo con lo que se sirve en el plato, sino con el ratio de empleados por comensal. Así de simple. Hay quien desprecia la pompa, y así, evidentemente, le resultará caro el restaurante. El servicio que en ocasiones viene a ser el tipo que le pone rostro al invento. ¿Quién no ha ido a un determinado restaurante por saludar a tal o cual dueño, a tal o cual metre o a tal o cual cocinero? También yo. No diré el nombre, pero tengo un par de sitios a los que voy por y para saludar. Algunos dirán, ¡vaya lelo!,… Pues sí, voy y pago más porque las personas son el alma de los sitios y en algunos de esos sitios soy especialmente feliz. ¿Vicio o virtud?

Mención propia merece la ubicación. Nadie en su sano juicio pretende comer bien por poco dinero junto a la Maestranza en día de corrida. Pagamos más por el dónde; por comer sobre las arenas de La Concha o por hacerlo en el Bernabéu. ¿Significa eso comer mejor? No, pero significa estar donde quieres estar, y ser lo que quieres ser (probablemente, un poco más dichosos). ¿Locura o razón?

Pagamos (más), también, por lo extraordinario del plato. Bien sea por el alimento en sí o por su elaboración. ¿Son superiores los percebes a los huevos? No. ¿Son superiores los huevos deconstruidos a los huevos? No. Pero por los primeros estamos dispuestos a pagar más que por los segundos. Comer como en casa de tu abuela tiene premio, pero comer lo que nunca comiste en casa de tu abuela también. Es más, hay casos excepcionales, alguno aquí en Extremadura, en que por la más sublime de las elaboraciones estamos (o está quien quiera y pueda), dispuestos a pagar muchísimo más. ¿Caro o barato? Ustedes deciden.