TSti el cacereñismo se mide por el tiempo que tardas en recorrer Cánovas, Carlos Guardiola era el crisol de lo cacereño. Desde la Cruz de los Caídos hasta San Antón, Carlos se paraba con el Batería y con el alcalde, con el locutor de Radio Nacional y con Franquete, con un socialista, con un tardofranquista, con un tendero, con una monja... Para todos tenía una retranca o una confidencia. Carlos vivía en la calle Cornudilla, desde donde mandaba sus escritos sentimentales y urbanos a EL PERIODICO, pero en realidad era vecino de El Carneril y de San Blas, de La Madrila y San Marquino, que en todos los barrios tenía conocidos, afines y contrincantes de pensamiento. Carlos Guardiola era el hombre que siempre se demoraba. Para él, la vida era eso: demora para charlar y parsimonia para ver: el renacer de las flores, el brotar de los almendros, el regreso paulatino de las golondrinas...

Primer día cacereño sin Carlos Guardiola. ¡Qué raro debe de ser cortar el pelo en la calle Pizarro sin escuchar sus buenos días, remendar zapatos en la calle Gallegos sin su hasta luego! A Carlos le gustaban los viejos oficios, las calles empedradas, los talleres de siempre, los árboles antiguos... Ese Cáceres esencial, que no retrógrado, de donde bebía para glosar lo cotidiano y proyectarse en las raíces. Se ha ido Carlos Guardiola y se ha llevado con él sus sueños de Cáceres. Nos deja el encargo de hacer realidad su ciudad imaginada y el recuerdo de un hombre que siempre se demoraba para regalarte una sonrisa de verdad y un pellizco de su vida.