TTtengo la cabeza saturada de datos y reflexiones en torno a la crisis. Me he sumergido en la lectura de los suplementos económicos y cada vez estoy más desconcertada. No sé a qué carta quedarme. Entiendo muy poco de economía, más allá de las cuentas de mi casa, y los numerosos artículos repletos de datos, recomendaciones y análisis de la situación, solo consiguen confundirme. Al final me detengo en una foto desde la que un ejecutivo me sonríe. Es norteamericano. Codos sobre la mesa juntando las manos en un gesto que quiere transmitir serenidad y confianza; chaqueta impecable por cuyas bocamangas asoman los puños de una camisa que se adivinan con el apresto de lo nuevo, de lo que aún no se ha lavado, puños que surgen con precisión milimétrica en cada uno de los brazos, como queriendo transmitir la idea de equilibrio, y luego la sonrisa que pretende llevar viveza a la mirada.

Todo es falso. Si me acerco a la foto veo como, para poder exhibir los dientes, ha tenido que estirar forzadamente los músculos acentuando las arrugas que se forman alrededor de los ojos.

Falsa la sonrisa, falsos los puños que asoman, falso el mensaje de serenidad, confianza y equilibrio que ha pretendido transmitir. A este sujeto que, en la entrevista que ilustra la foto, asegura van a surgir oportunidades en el mercado, a este oráculo que nos habla desde el otro lado del Atlántico de la evolución del sector inmobiliario, no le confiaría yo ni un euro.

Buscaba en las páginas color sepia algo de luz que me iluminara el futuro, y acabo más desconcertada de lo que estaba antes y, lo que es peor, con mayor desasosiego.

El hombre de la foto solo ha hecho aumentar mi incertidumbre y mi desconfianza.