Que Luis Reina es un personaje trascendental en la tauromaquia extremeña, nadie lo puede poner en cuestión. Fue un buen matador de toros, que llevó el nombre de nuestra tierra por todo el orbe taurino. Fue protagonista del toreo de los años ochenta del pasado siglo pero, donde de verdad su figura se ha agigantado, ha sido como director de la Escuela Taurina de Badajoz.

Si maestro se llama a quien ocupa un puesto señero en el escalafón taurino, tambien se hace acreedor de esa distinción quien enseña. Y Luis Reina ha sido, y es afortunadamente, tremendamente didáctico. Tanto que, por decir algunos, ha sido maestro de Miguel Ángel Perera, Alejandro Talavante, José Garrido y Ginés Marín, además de numerosos matadores y banderilleros.

De ahí el merecido homenaje que ayer se le brindó en Villafranca de los Barros, localidad casi hermana de su Almendralejo natal. Con los tendido a rebosar, Luis Reina encabezó el paseíllo en el que fue un momento muy emotivo. A continuación recogió numerosos presentes, el brindis de sus compañeros, y al final, de forma expontánea, los más jóvenes de la Escuela Taurina lo pasearon a hombros.

Tuvo Reina un novillo de Alejandro Talavante que era una pinturita de bonito. Pero parecía que estaba reparado de la vista. Luis lo toreó a la verónica, le hizo un quite por chicuelinas y lo sometió en el comienzo de faena. Fue un animal pronto a menos, al que el torero le tuvo que sacar los muletazos de uno en uno.

Más cuajo tenía el segundo, de El Freixo, acapachado de cuerna pero reunido de hechuras, con el que Miguel Ángel Perera toreó a placer con el capote, tanto en las verónicas de recibo como en el quite, en el que alternó chicuelinas, tafalleras y tijerillas.

La faena fue de las suyas. Primero de rodillas junto a tablas y después en redondo por ambos pitones. Al comienzo daba Perera sitió, se traía al burel y remataba largos los muletaos. Al final en la corta distancia.

El tercero de Voltalegre, era casi un toro pero manseó de salida cuando buscaba con descaro la puerta de toriles. No quiso saber nada del capote que le ofrecía José Garrido y, para colmo, en la entrada al caballo se rompió un cuerno. Se dolía el animal y lo que mejor pudo hacer Garrido es matarlo pronto.

Chico pero largo de cuello era el novillo de Juan Pedro Domecq que correspondió a Ginés Marín. Apuntaba clase y el oliventino lo lanceó a la verónica con busto y sentimiento. Se siguió gustando con el capote, que es uno de los fuertes de este torero, cuando le hizo un quite por chicuelinas, con el emate de una bella larga afarolada.

La faena al juanpedro tuvo torería y sentimiento. Ginés la inició andando al animal hacia el tercio y alternaba el pase de la firma con la trinchera. La faena tuvo más altura por el pitón derecho, con el animal más entero. Eran esas serie largas y rematadas, con un acusado sentido estético. Al final en la corta distancia.

Se alteró el orden de lidia porque se habían arreglado los charcos que presentaba el ruedo antes del inicio del festejo. Por ello Leonardo Hernandez lidió en quinto lugar un novillo de Luis Terrón.

Manso de salida, sólo queria tablas el burel. Pero poco a poco Leonardo lo fue haciendo. Primero clavó al sesgo, que es el recurso con estos mansos. Después, ya en los medios, cuajó un buen tercio de banderillas, sobre la base de ir al astado de frente y con temple en los remates.

Cerró el festejo, en clase práctica, Eric Olivera, alumno de la Escuela de Badajoz. Tuvo un buen eral de Jandilla, todo un lujo, con el que acreditó el joven un buen sentido del toreo, tanto con el capote como con la muleta.

Las verónicas de Olivera, templadas y de manos bajas, resultaron cadenciosas. Con la muleta su concepto es de raíz clásica, con sentido del temple, busca la ligazón dejando la muleta puesta en la cara. Una esperanza más este chaval de Villanueva del Fresno.