Las voces y rostros de las miles de víctimas de la Iglesia Católica en Irlanda no los conocemos. Sus historias tampoco. Durante las investigaciones oficiales, muchas prefirieron prestar testimonio guardando el anonimato. Otras jamás han llegado a contar lo que vivieron.

A Marie Collins le costó 35 años vencer el estigma social de haber sido agredida sexualmente por un sacerdote a los 13. El ataque ocurrió en 1960, en el hospital en el que había sido ingresada, donde al capellán le gustaba tomar fotos pornográficas de menores. Cuando en 1995, Collins descubrió que el cura seguía ejerciendo, decidió acudir al obispo de Dublín a explicárselo todo.

"La reacción fue muy agresiva. Trataron de intimidarme, me amenazaron y cuando hablé públicamente, dijeron que era una mentirosa", relata, durante un encuentro en un hotel de Dublín, la que hoy es una mujer de pelo cano, tranquila y mesurada.

Apoyo familiar

"Lo que me resulta más imperdonable es que este sacerdote siguiera en ejercicio, a pesar de que sus superiores estaban informados de lo que hacía y hubieran podido evitar nuevos abusos".

Collins recurrió a la gardai, la policía irlandesa, apoyada por su marido y su hijo, a los que está "eternamente agradecida". Su gesto provocó una cascada de denuncias similares en la sociedad irlandesa.

Otro de los primeros en desafiar la impunidad de la Iglesia fue Colm O´Gorman, actual secretario de Amnistía Internacional en Irlanda. Siendo adolescente, en los 80, O´Gorman fue violado durante casi tres años por el sacerdote de comarca en Wexford. "Era una época en la que la Iglesia formaba parte de todos los aspectos de nuestras vidas y cuando el cura vino a mi casa para buscarme, mi madre me dejó ir, porque confiaba en él". "Después de violarme la primera vez, me amenazó con contárselo a mis padres y eso me daba tanto pavor, que seguí consintiendo las violaciones", recuerda O´Gorman quien, el año pasado, vio cómo sus memorias, Beyond Belief (Más allá de lo imaginable), se convirtieron en un best-seller.

Su agresor, el padre Seán Fortune, terminaría suicidándose cuando estaba a punto ser procesado. "Me tuve que marchar de mi pueblo porque veía que iba a suicidarme. Me sentía basura y durante unos años me prostituí. Después, en Londres, logré enderezar mi vida".