Que los extraterrestres existen lo sabe cualquiera que lleve un par de años casado. A poco que profundice uno en el alma de la otra persona en seguida cae en la cuenta de que es tarea perdida, que provenimos de planetas distintos. Lo cual no es sinónimo de desentendimiento sino de todo lo contrario, porque el entendimiento de uno mismo empieza cuando aceptas que los demás también tienen su corazoncito, como la madurez comienza el día que admites que el mundo no se apaga cuando cierras los ojos. Es una obviedad de parvulario y, no obstante, gran parte de la humanidad vive en la certeza de que estamos solos en el universo. John Callahan , exdirectivo de la Administración Federal de la Aviación de EEUU, ha confesado que si admitieran ante el pueblo americano que hay ovnis, cundiría el pánico. Y ahí es donde yo me pierdo. Por qué habría de entrarle pánico a la gente al saber que hay seres tan listos como para inventar cacharros que burlan los sistemas de seguridad de las naciones, cuando jamás han usado esa inteligencia para hacernos daño. A mí, con perdón, el ataque de pánico me entra al pensar que millones de vidas dependen de la inteligencia de seres como Hugo Chávez o Bush , y que han alcanzado ese poder gracias a la voluntad de una mayoría de terrícolas que se dicen en su sano juicio. Pánico, qué digo pánico, espanto, cuando a mi corazón le da por recordarme que le damos más importancia al IPC que a los océanos, más significado a las fronteras que a las personas, más valor a la Bolsa que a la vida. Y entonces, cuando se pone estupendo y amenaza amargarme la mañana, es cuando tengo que decirle eso de por qué no te callas, corazón, vida mía.