TLtos adolescentes de hoy son la generación del chat, del móvil y de internet, pero también serán la generación de la pornografía. En su educación sexual, el porno no será un mito codificado y prohibido, sino una realidad cotidiana a la que tuvieron acceso cuando quisieron y como quisieron. El otro día conecté un grupo de ordenadores con imágenes referidas al libro Lazarillo de Tormes para que unos jóvenes vieran los espacios donde sucede la novela y lo primero que apareció en la pantalla no fue el "animal de piedra, que casi tiene forma de toro" del puente viejo de Salamanca, sino un pene descomunal que, por cierto, no provocó excesivo asombro entre los adolescentes. Y es lógico: cada noche, a partir de las 12, tres canales ofrecen en abierto películas y escenas de pornografía dura, a través de sus teléfonos móviles (el 53% de los menores extremeños tiene uno), pueden acceder a imágenes pornográficas animadas y el 47% de los jóvenes de la región visitan páginas web para adultos.

Los adolescentes, ante tanta facilidad pornográfica, han desmitificado ese mundo e incluso le dan menos importancia que mi generación a la penúltima página del diario As . Y es que la pornografía, despojada de prejuicios, no deja de ser una aburrida gimnasia con secreciones que dan asco. Yo soy un tipo normal con prejuicios normales y procuro cercenar cualquier posibilidad de acceso juvenil al porno, pero la verdad es que en los ratos de lucidez, me preocupan bastante más Salsa Rosa , La selva de los famosos y los bajos índices de lectura.