El veto a las corridas de toros en Cataluña vuelve a poner sobre la mesa el debate sobre el recurso de las administraciones a prohibir para regular conflictos, con lo que ello supone de inmiscuirse en la vida privada de los ciudadanos. Una discusión que se ha visto alimentada por otras polémicas recientes, como la prohibición del burka en las dependencias municipales de algunas localidades, la lucha contra el tabaco en bares y restaurantes o la erradicación de la comida basura de las máquinas expendedoras de los colegios.

Normas que regulan aspectos de la actividad humana y de la convivencia, y que se han visto reforzadas pon un rosario de ordenanzas municipales que sancionan conductas incívicas, como ensuciar la vía pública, practicar el botellón o cruzar la calle con el semáforo en rojo. Regulaciones variopintas que han llevado a intelectuales y plataformas ciudadanas a denunciar un afán prohibicionista.

El filósofo Josep Maria Terricabras considera que es "fácil" que los gobernantes tengan una tendencia a querer controlarlo todo y a precisar qué es lo que se puede o no hacer. "Una actividad que acostumbra a ser inútil e innecesaria en la vida de las personas", denuncia. No obstante, Terricabras advierte de que la defensa de la libertad individual no se puede esgrimir a la hora de desacreditar ciertas normas que defienden derechos de terceros, como la prohibición de la pederastia o la pena de muerte.

"MAS INDISCIPLINA" Pero, ¿es necesario que la administración regule al dedillo todas las prácticas sociales? Salvador Cardús, economista y sociólogo, afirma que estamos en una sociedad que cada vez es "más indisciplinada", en la que las conductas obedecen cada vez menos a regulaciones sociales. Si es necesario acotar mejor los comportamientos ciudadanos "es porque los hechos demuestran la enorme dificultad de regular cuestiones que antes no hacía falta legislar porque los buenos usos y costumbres ya las solucionaban". Este sociólogo afirma que la sociedad antes era más homogénea y tenía más "sentido común social". Por poner un ejemplo, a ningún alumno se le ocurría insultar al profesor o nadie iba con la cara tapada al médico. "La sociedad tiene dificultad para la convivencia ordenada, y por eso pide más regulación. Esta necesidad no expresa una sociedad disciplinada, sino al contrario: expresa una sociedad desorganizada a la que le falta sentido común social y tiene dificultad para llevar a cabo actuaciones comunes. Por eso se tiende a regular más, porque hay un déficit de convivencia", puntualiza Cardús.

CRUCE DE CULTURAS Una visión compartida por el catedrático de Derecho Constitucional Javier Pérez Royo, que considera que, cuando una sociedad se vuelve más compleja y aumenta el grado de convivencia, se incrementa la necesidad de regular aspectos de esta. "Hay que regular más porque, si no, no se puede vivir. La prohibición muchas veces es una garantía de libertad personal, y es una exigencia derivada de la convivencia moderna. Vivimos en ciudades cada vez más grandes y con más interpenetración de culturas", señala.

Estos cambios sociales son los que llevaron a la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) a aprobar a principios de año una ordenanza tipo de seguridad y convivencia ciudadana que ha sido adoptada por numerosos ayuntamientos. Una iniciativa que fue recibida con críticas por algunos medios de comunicación que consideraban que su extenso régimen de sanciones tiene un afán recaudatorio. "Nada más lejos de la realidad", explica Miguel Angel García Juez, alcalde de Avila (PP) y presidente de la comisión que aprobó el documento. "Los actos vandálicos y ciertas prácticas que atentan contra la convivencia obligan a los ayuntamientos a poner mucho dinero para subsanarlos. Lo que se puede cobrar por las sanciones no cubre, ni de lejos, todos nuestros gastos", afirma García Juez.

A diferencia de Cardús, el alcalde de Avila no cree que actualmente estemos viviendo en una sociedad más indisciplinada que en etapas anteriores. "Vivimos el tiempo que nos toca y de lo que se trata es de regular prácticas y usos que antes no se daban, como el fenómeno del botellón o el aumento de la prostitución en las calles y las carreteras", señala.