Tengo miedo. La culpa la tienen los visionarios, esta vez los de la moda, que aseguran que las hombreras volverán a llevarse. Yo no estoy hecho para profecías ochenteras, aunque entiendo que haya gente que, de vez en cuando, necesite volver a épocas en las que fueron felices. Supongo que todos estos visionarios pertenecen a esa generación, la mía, que ronda los cuarenta años, en plena crisis creativa y económica y obsesionada en devolver al mundo a una época en la que los horizontes, como las hombreras, eran muy extensos. Los visionarios son una rara especie, son tipos que con sólo echar un vistazo encuentran cosas que los demás no vemos. Y además les pagan por ello. Los visionarios son necesarios para que confirmemos nuestros deseos, porque son capaces de encontrar sirenas donde sólo hay peces. Desde hace unos días la ciudad israelí de Kiryat Yam ofrece una recompensa de un millón de dólares a quien sea capaz de probar la existencia en sus costas de una sirena que, al parecer, ha sido vista numerosas veces dándose un chapuzón. Desde que se conoce esto son cada vez más las personas que se reúnen cada día al borde del mar para conseguir una imagen con la que probar las historias que cuentan otros. ¿Cosa de locos? No, cosa de visionarios que han encontrado en esta historia una vía publicitaria y de ingresos. Igual que los visionarios que ahora nos insisten en que sabían desde hacía tiempo que la crisis estaba por llegar, que el Plan E sería una mierda, que el programa de ayudas a parados terminaría siendo un fiasco... Hay personas que pueden ver sirenas donde otros sólo vemos peces. Cuestión de marketing. Lo peor es que a veces tienen razón. Y ahora dicen que volverán las hombreras.