Por más que uno intente cada semana apartarse de la contienda electoral, ésta nos persigue hasta lugares insospechados. Ahora nos cuenta Arias Cañete , que por estar emparentado con los Domeq debe de saber de esto un rato, que ya no hay camareros como los de antes. Quizá sea cierto que los aborígenes de aquí se han cansado de trabajar de sol a sol por el sueldo mínimo y que esas funciones las tienen que hacer quienes vienen de muy lejos y no distinguen la cachuela de la manteca blanca, como le ocurriría a cualquiera de nosotros si nos pidieran en quechua chipá o pastel mandi´o en Paraguay. Más curiosa resulta la declaración encendida en la que poco menos que protesta porque las ecuatorianas tengan en un cuarto de hora una mamografía que allá les cuesta el sueldo de nueve meses. Uno no sabe si su deseo es que paguen aquí también el sueldo de nueve meses o se alegra porque quienes cuidan de nuestros niños y nuestros ancianos tengan derecho a la misma salud que quienes nacimos aquí. Pero lo peor de todo esto es que, lo que parece un error, es una deliberada estrategia de arañar votos en el mercado ultraderechista, porque en las tabernas de este país hay miles de cenutrios que comulgan con este tipo de ideas y que a buen seguro que están aplaudiendo mientras miran con desprecio a un camarero excesivamente moreno. Los expertos de campaña saben que los emigrantes no votan y que los racistas --que los hay-- estarán bien dispuestos el 9 de marzo a la nueve de la mañana. Desgraciadamente, las palabras de Arias Cañete son una inyección de votos a su partido. Esperemos que no sean estos votos racistas los que deshagan el empate técnico.