Ante el anuncio de que iba a personarse Marisa Medina en Salsa rosa (Tele 5), temíamos en casa una autopsia tremenda. Después de haber saltado a la palestra las miserias personales de esta señora, tan célebre en aquellos tiempos en que TVE era la única que había entre nosotros, su aparición en el actual circo de la tele podía haber sido una patética pirueta. Ya sabemos cómo se las gasta ese mundo que en la tele llaman rosa: cogen un juguete roto y no es que lo acaben de romper, es que lo hacen añicos literalmente. No obstante, esta vez los forenses se pusieron los guantes, esterilizaron los instrumentos de tortura, y la autopsia que le practicaron fue dulce, cuidadosa, y acabó siendo hasta reparadora. Ayudó el espíritu, el talante, la predisposición, de la paciente. Marisa fue la primera en aplicarse el bisturí sobre ella misma, y ofrecernos la textura de sus dolencias, ludopatía y drogadicción fundamentalmente. Y logró una catarsis que el público aplaudió. El único reproche que lanzó que no fuese contra ella misma lo dedicó a Televisión Española. Dijo que la tenían apartada, ninguneada, haciendo pasillos como un alma en pena. O sea, cobraba de la nómina pero tenía menos trabajo que un mueble. ¡Ah!, el tema de los pasillos de TVE es un asunto muy feroz.

Me contó una vez Ricardo Fernández Deu, con mucha gracia y mucha tristeza al mismo tiempo, que cuando pertenecía a Radio Televisión Española --ignoro si en la actualidad sigue perteneciendo-- cada vez que viajaba a Madrid, y después de circular toda una jornada por los pasillos del Ente, llegaba al hotel y al mirarse al espejo advertía que llevaba clavaditos en la espalda una docena de cuchillos tremendos. O sea, no sólo no había arreglado nada de lo suyo en todo el día, sino que además había sido apuñalado, sin saberlo, repetidamente. Esos son los pasillos a los que se refería Marisa en Salsa rosa en la noche del pasado sábado. Hoy, además de cuchillos, en esos pasillos hay chapapote.