Viven en campamentos ilegales, roban kilómetros de cables de cobre, se organizan en redes para efectuar atracos y otros delitos, maltratan a sus hijos o se los llevan de los centros de menores sin dar explicaciones... Este parece ser el perfil de los rumanos que viven en Extremadura, si nos fijamos a las informaciones publicadas en los medios de comunicación.

Pero los tres hijos de Elena Anita e Ion Rad, un matrimonio rumano que vive en Almendralejo, no tienen ninguna pinta de estar desatendidos, sino todo lo contrario. Y Aurora y Gabriel Caprita, también de Rumanía, intentaron tener sin éxito un hijo hasta que encontraron la felicidad en Plasencia, donde nació el pequeño Sergio Carlos hace ya dos años. Sus historias dibujan otra cara de la inmigración rumana, tan real --aunque quizá venda menos, como apunta Nicoleta Acatrinei, mediadora de rumano en Almendralejo-- como la que con demasiada frecuencia aparece en los informativos.

"El problema es que se identifica al rumano con el gitano rumano", explica Aurora. Las costumbres de este colectivo --vivir de lugar en lugar, sin trabajo ni sueldo fijo, en ocasiones recurriendo a la mendicidad o a la delincuencia...-- se extienden a todos los inmigrantes de Rumanía. En cierta manera, Aurora lo comprende. Actualmente, trabaja como intérprete en los juzgados de Plasencia, "y muchas veces prefiero que no me llamen, porque si lo hacen es muy probable que algún rumano se haya metido en líos".

No todos somos iguales

Por tanto, tanto ella como su marido reconocen "sentir cierta vergüenza" ante las noticias que recogen esos delitos. No son los únicos. También Elena Anita confiesa que "me da pena porque en los medios salen solo las cosas malas". Pero enseguida destaca que también hay muchas buenas y que "no todos los rumanos somos iguales, como ocurre con los españoles". En su caso,, hace una valoración muy positiva de su experiencia en España. Y no ha sido fácil.

Elena Anita llegó a España hace cinco años. En Rumanía dejaba a sus tres hijos (el más pequeño, de cuatro meses) al cuidado de su suegra. Aquí se encontraba un país desconocido, de lengua y cultura distintas y un marido que llevaba ya un año y medio buscándose la vida, de Roquetas del Mar a la recogida de la aceituna en Almendralejo, pasando por diversas ciudades, trabajos y alguna estafa. No tenía papeles y los pocos que aceptaban contratarle se aprovechaban de esa situación.

En Extremadura las cosas mejoraron y también Elena Anita tuvo suerte, pese a no saber español le contrataron como empleada doméstica interna en una casa. A base de trabajo y esfuerzo han logrado traer a sus tres hijos e incluso comprarse una casa. Un trabajo y esfuerzo que no todos saben valorar, como la mujer que le preguntó de dónde era y al decirle que de Rumanía, contestó "ahí hay muy mala gente". "Y buena, como en todos sitios", contestó ella. Y repite su argumento de que los medios solo recogen noticias de carácter negativo. "Antes de venir a España, yo solo sabía de la ETA", ejemplifica.

El mismo comentario repite Nicoleta Acatrinei, mediadora de rumano en Almendralejo. "Las malas noticias venden más, pero no todos los rumanos son ladrones, ni todos los delincuentes vienen de Rumanía", afirma tajante. Para ella, venir a España ha sido "cumplir mi sueño", porque desde joven había deseado vivir en el extranjero. Por ello, tras estudiar Enfermería quiso probar suerte en Extremadura, donde vivía una tía suya, trabajando como camarera, empleada y ahora mediadora del ayuntamiento. Desde este puesto, orienta a los rumanos sobre los servicios disponibles para ellos en la capital de Tierra de Barros, donde también ha encontrado a su marido, Alfonso.

Otro matrimonio mixto lo forman Antonio, de Oliva de la Frontera, y Judit Magda, de la región rumana de Transilvania. Ambos se conocieron en la campaña de las fresas, en Huelva, y ya llevan dos años casados. Ahora viven en Plasencia y Judit conoce bien el rechazo que en ocasiones despiertan los rumanos. "Hay gente que venimos a trabajar con todas nuestras fuerzas y tenemos dificultades para que nos den una oportunidad, por culpa de los que vienen a otras cosas", dice.

Sin embargo, ella ha logrado salir adelante con esfuerzo, pese a los palos de algunos y gracias a las ayudas de otros, como Dani, de la asociación Plasencia Acoge. Ahora, solo intenta estar bien y espera que algún día se olviden las reticencias hacia los rumanos. "Que existen desde que unos rumanos gitanos se comieron un cisnes creyendo que eran patos en Alemania. Al menos es una historia muy conocida".