Unas 47.000 personas visitan cada año la Antártida en cualquiera de las modalidades turísticas, desde el crucero sosegado que no toca tierra hasta la aventura de hollar el polo, una cantidad que puede gestionarse de forma adecuada pero que se acerca peligrosamente al máximo aconsejable. Esto es al menos lo que opina Juan Kratzmaier, que acumula 30 expediciones al continente como guía multiusos, hotelero y fotógrafo. Su perspectiva no es la habitual del mundo científico: por una parte, ama la Antártida como un fanático; por otra, vive de ella. "Me preocupa el futuro. La situación todavía no es grave, pero debería una regulación del turismo".