Cuando el covid empezó a extenderse a lo ancho y largo del país, José Pérez llevaba apenas dos meses de tratamiento oncológico. Aún estaba en esa fase en la que «no sabes muy bien lo que va a pasar, así que todo es nuevo, y todo parece un mundo», confiesa. Durante los meses posteriores, en los cuales se enmarcaron las semanas de confinamiento y los días más difíciles de lo que pronto se convertiría en una pandemia a nivel mundial, él siguió acudiendo con regularidad a citas médicas. Una vez a la semana como mínimo, ya fuera para recibir quimioterapia o para que el personal sanitario le realizara los cuidados pertinentes por su condición, asistía al hospital.

En este contexto, recalca el importante papel de su mujer, que «tenía tanto o más miedo que yo, claro. No quería salir ni a comprar», pero pese a ello «intentaba que no se le notara, para no preocuparme a mí».

Sus intentos fueron en vano, sin embargo, porque «claro que estás asustado, todo el rato piensas qué va a pasar si te contagias... A mí me dijeron que no tenía las defensas tan bajas, pero aún así, tuve que seguir yendo al hospital incluso cuando había ingresados enfermos de covid. Siempre te pones un poco paranoico».

En este mismo sentido, explica que no era fácil acudir a sus citas, porque al temor hacia el desarrollo de su enfermedad se agregaba la perspectiva de contraer coronavirus, que en ese momento sumaba centenares de fallecidos por día en nuestro país.

Reflexiona con humor que una de las cosas que más le molestaron de sus repetidas visitas al hospital fue «que no podías ir a la cafetería a por algo de comer, y tampoco salir a buscarlo. Si estabas un poco desesperado tirabas de las máquinas, que hombre, muy buenos sus bocadillos no están».

No faltó a ninguna cita, y a día de hoy admite: «las medidas de seguridad ayudaron. Todo aún más cuidado de lo habitual, todos con mascarilla, geles hidroalcohólicos... Eso sí, claro, tenía que ir solo».

Su lucha contra el tumor terminaría derivando a una operación de riesgo en el mes de mayo. Ahí sí, se permitió que su mujer le acompañara «aunque ella tampoco podía salir para nada», explica. «Le llevaban algo de comer las enfermeras».

En general, considera que la experiencia «estuvo todo lo bien que podía estar. Al final es un miedo contra el que tienes que luchar, y ya está».