Los fines de semana nos juntábamos a tomar café las dos familias en la terraza de un bar de la carretera de Las Torres. Los muchachos se peleaban con un balón y entre sí con gran algarabía mientras Julia mariposeaba entre ellos y rodeaba la mesa en la que junto al café había una baraja de cartas con la que pasábamos la tarde. De repente los dos años de Julia se aburrían y de un zarpazo cogía unas cartas y se echaba a correr con ellas en la mano. A su padre se la caía la baba con cualquier cosa que hiciera la chiquilla, y mira que hacía cosas pues no paraba de inventar, y la amonestaba sin acritud: « Julia, por favor, danos las cartas».

A mí la cosa no me parecía tan graciosa y tras esperar un rato me levantaba, la perseguía y la traía cogida de una oreja hasta la mesa. Un día fuimos a su casa y estaba sola con la chica de servicio doméstico y al llegar sus padres les dijo: « Han estado aquí Mali Tele y el señol». Me lo tenía merecido. Se fue a Madrid a un colegio mayor, el Mara, en el que puso de manifiesto que estaba dotada para participar con éxito en toda clase de acontecimientos que pudieran organizarse en su entorno mientras su capacidad de trabajo y su inteligencia dejaban huella en la Escuela de Ingenieros.

Teníamos tan alto concepto de ella que no nos sorprendió que su tesis doctoral tuviera una gran repercusión y necesitara un tribunal europeo y menos aún que en Bilbao le abriera las puertas una empresa y la Escuela Superior de Ingenieros Industriales la nombrara profesora. Sus propias compañeras la eligieron presidenta nacional de las mujeres ingenieros.

De repente, en una consulta médica se le detectó un cáncer de muy mal pronóstico pero ella había demostrado a lo largo de treinta y seis años que era capaz de superar toda clase de dificultades y muchos, al menos yo, pensamos que también ganaría esta batalla. Los pesimistas pensaron que duraría pocos años o quizás meses pero se fue prolongando e incluso contrajo matrimonio, lo que era una señal más de que seguía luchando con todas su fuerzas y estaba convencida de que iba a ganar. Hace diez días que se fue, pero no ha muerto, porque las cosas buenas no mueren nunca.

*Profesor