Mantuvieron una relación de once años, fruto de la cual nacieron tres hijos. En múltiples ocasiones les propinó puñetazos y empujones, aunque nunca acudió a un centro médico para ser valorada. La primera amenaza llegó a los tres meses de marcharse a la localidad madrileña, cuando le mostró un arma blanca mientras la decía que la tenía que matar. Ella salió huyendo y se refugió en una habitación para evitar que la agrediera.

Otro día la mujer decidió hacerse un piercing porque a su pareja le gustaban pero, para su sorpresa, cuando este la vio le dio una bofetada en la cara que hizo que tuviera que sentarse en el pasillo por el fuerte impacto. Él lo aprovechó para continuar golpeándola en la nuca y todo en presencia de su hijo pequeño. En otra ocasión le rompió el palo de la escoba en el abdomen en presencia también de los niños.

Otra vez, movido por los celos, comenzó a golpearla con una barra de cobre en las piernas y le lanzó una mesilla de forja que impactó en los brazos de la mujer, provocando un temor también en sus hijos. Se refería además de forma habitual a ella como “puta, guarra, no vales para nada, me he comido lo peor del pueblo”. Y la amenazaba con que, si intentaba irse, la mataba o que, si alguien acudía a recogerla, “le rajaba en canal”.

A menudo golpeaba el mobiliario, las puertas y las paredes, tiraba ceniceros, mecheros y todo lo que encontraba a su alcance y regaba la comida por el suelo si lo que ella hacía no le gustaba. Le impidió que mantuviera contacto con sus amigos y controlaba el dinero, tanto el que él ganaba como el de ella. Le controlaba también la ropa que se ponía y el peinado y le prohibía ir a la piscina, solo de dejaba ir al río, donde tenía que bañarse vestida.

“Maricón, solo me falta ya que la niña salga puta como su madre y entonces me ahorco”

Con sus hijos la relación no era mejor. Les decía que los iba a matar a todos y al mediano se refería del forma continuada con expresiones como “hijo de puta, maricón, mariquita” o “maricón, solo me falta ya que la niña salga puta como su madre y entonces me ahorco”.

En 2018 la mujer decidió marcharse de Leganés y volver a Cáceres con sus hijos, donde vivía con sus padres. Los menores volvían cada 15 días a ver a su padre, a los que seguía tratando de forma violenta, hasta tal punto que le dijeron a su madre que no querían volver con su progenitor. Cuando ella se lo comunicó a él la amenazó diciéndole: “ya sabes lo que te puede pasar si no me entregas a los niños”. Eso, unido a las amenazas de muerte que había hecho con anterioridad provocó en todos una gran ansiedad que culminó con la interposición de la denuncia.

La situación vivida ha provocado en los menores un “elevado daño emocional” por lo que se desaconseja que tengan cualquier tipo de contacto con él. El Juzgado de lo Penal Número 2 de Cáceres le condena ahora a un año y nueve meses de prisión por el delito de violencia doméstica y de género y maltrato y a no aproximarse ni a ella ni a sus hijos durante cinco años. Se le ha inhabilitado además para la patria potestad por ese mismo periodo. También se le condena por amenazas a 56 días de trabajos en beneficio de la comunidad y a alejamiento durante un año; por otro delito de lesiones también a 56 días de trabajos sociales y a alejamiento durante un año y a otro leve continuado de vejaciones a diez días de localización permanente. Y debe indemnizar a su mujer con 3.000 euros por el daño psíquico y moral causado. La sentencia es firme.