La madrileña Compañía Teatro Defondo no brilló meridianamente con su comedia de carácter feminista y de enredo amoroso Marta la piadosa del comediógrafo barroco, de la escuela de Lope, Tirso De Molina. No nos pareció bien dirigida por Vanessa Martínez en cuanto al cambiante ritmo de la representación: muy precipitado al medio y al final, pero algo desmayado al inicio con unos latinejos hilarantes dentro de un supuesto duelo.

Dieron unas ligeras pinceladas de modernización del ambiente socio político y económico español retrasando su ambientación a la primera década del siglo XX, con la pérdida de las colonias españolas y la consiguiente depauperación de la metrópolis y de la casa de Marta, cuyo padre ve como una tabla de salvación el casarla con un rico hacendado cubano, que anuncia su venida a España, por cierto una caricatura de ricacho centroamericano, acompañado de su sobrino, un muy acelerado alférez, grotesco y oportunista galán.

Pero, al igual que ocurría en otras comedias tildadas de feministas modernas, su hija Marta reniega del interesado plan paterno, pretextando que ha hecho un voto de castidad e ingresará en un convento, hipócrita pretexto, pues se había enamorado de Felipe, el estrambótico asesino de su hermano; de éste también estaba enamorada su hermana, cuyos celos y juegos amorosos mantienen cierta intriga, con inesperadas y raudas apariciones y desapariciones escénicas de los que rivalizan por la mano de la hipócrita y juguetona Marta, que de piadosa solo tiene el apodo con el que la motejan; invitando a su enamorado a que pase por ser su profesor de latín, recitando palabras y frases con doble sentido amoroso y con alguna gracia y así puede entrar y salir de su casa libremente.

El caso es que su celosa hermana Lucía tiene que conformarse con aceptar al ridículo alférez como su esposo, pero el ricacho cubano reacciona positivamente al final, pues la abundante dote prometida la quiere destinar a costear la inicial y frágil vida de la reciente y feliz pareja y el resto a una fundación benéfica.

Un sencillo montaje de paneles intercambiables, con una muy oscilante iluminación y música constituían todo el extraño montaje, que no llegó a conectar bien con la mayoría del público, que se mantuvo bastante indiferente, salvo alguna aislada risa, y despidió esta discreta puesta en escena con corteses aplausos finales.