La crítica del 32 Festival de Teatro Clásico de Cáceres

'La Celestina infernal': un osado experimento

Representación de 'La celestina infernal' de Corsario.

Representación de 'La celestina infernal' de Corsario. / festival de teatro clásico de cáceres

Miguel Fresneda

La Cía Corsario, el jueves pasado, en un típico tinglado de títeres, dentro del Gran Teatro, donde nos refugiaron de la amenazante lluvia, nos dejó estupefactos con un raro montaje, en un principio algo espectacular viendo volar halcones y ardillas, mientras se encaraban y enfadaban los dos enamorados o protagonistas Calisto y Melibea, pero después llegaron a gustarse eróticamente gracias a las hechiceras artimañas de la avara y bruja Celestina. Estas primeras escenas estaban ambientadas en el huerto de Melibea. Choca que al principio apareciera ahorcada Celestina y una escaladora niña la desengancha e intenta reanimarla; qué personaje representaba esa dicha salvadora? A veces no era fácil identificar a los personajes, quizá por su peculiar caracterización.

Pero la reducida y particular versión de la inmortal obra preclásica atribuida al toledano Fernando de Rojas, quedó bastante centrada en la coyunda de los dos enamorados, supuestamente en el tugurio de la vieja hechicera, donde trabajan sexualmente dos rameras, que alguna vez salen con unas vocecitas infantiles; aquí se desarrollan largas escenas eróticas, de sexo explícito y pornográfico. Después se suceden exhibiciones de conjuros y artimañas de hechicera, al meterse Celestina desnuda en un sulfúreo perol, del que sale ella y un sátiro cornúpeta, bastante grande y diabólico : por ello sería el apodo de infernal a Celestina? Escena acompañado de estruendosos juegos de luces y chirriante música. Y aparecen los dos interesados criados de Calisto, Pàrmeno y Sempronio, a quienes paga con ratos de cama con las dos meretrices Elicia y Areusa, pero ellos quieren una parte del botín que el compungido Calisto le regaló, además de una cadena de plata, pero al negarse la vieja tacaña y alcoholada, la matan a palos; y la deben ahorcar, pues de nuevo aparece Celestina colgada de un árbol. Ciertamente todo nos resultaba bastante extraño, quizá debido a no utilizar apenas palabras y poco diálogos además de la reducida y unilateral versión que les marcó Jesús Peña, que olvidó bastantes escenas y más dimensiones o reacciones de los protagonistas, especialmente de la hipócrita, lujuriosa y avara Celestina.

Pero la manipulación de los grandes y extraños muñecos tuvo su mérito e interés plástico y visual. Y también agradecemos su brevedad, pues en una hora compilaron una rica y prototípica obra preclásica, cuyo experimento con títeres no conectó suficientemente con el público adulto asistente, que, al final rompió tímidamente a aplaudir a los cuatro actores manipuladores, al director y a su equipo Corsario.