El de Cáceres no fue un concierto más. Fue un acto de purificación. Si un día antes ya se había enfrentado al epicentro de la polémica, este sábado Zahara redondeó su consagración en el palacio de congresos. La capital se convirtió sin haberlo pretendido en escenario de una doble catarsis. La primera, la que la artista ya encarna en ‘Puta’, disco en el que retrata sus vivencias de bullying, abusos y traumas, y la segunda, la que pareció liberarle definitivamente de una purga de la que ha sido objeto este mes.

Ante un aforo lleno aunque contenido, recitó su último disco ‘Puta’, un retrato personal de bullying, abusos y traumas

Semanas antes, la cantante sufrió una campaña de censura por el cartel promocional de su gira en el que aparecía representada como una virgen. Ella ya había justificado previamente que la simbología hacía referencia a su crítica al patriarcado por enfrentar a las mujeres a una dualidad simplista entre ser santas o putas. Vox lo denunció por ofensa a los sentimientos religiosos y el ayuntamiento de Toledo, con el PSOE en la alcaldía, lo retiró. Controversia servida, las redes estallaron con una oleada de ‘efecto Streisand’. No obstante, aunque el cartel censurado se compartió en redes de forma masiva, la prueba de fuego estaba en otro lugar, sobre el escenario.

Y ahí la capital cacereña tuvo su protagonismo. Ante un aforo prácticamente lleno aunque contenido por las restricciones, se sinceró la cantante agradecida y emocionada. “Desde que salió este disco vivo en una montaña rusa de emociones y de vivencias absurdas e intensas, ayer -por el viernes en Toledo- me quité un peso enorme de encima, subirse a un escenario con miedo es horroroso, gracias por esta noche, tengo una sensación de plena de felicidad”, zanjó. Este fue el único momento en el que aprovechó para dirigirse al público a excepción de una pausa obligada por cuestiones técnicas y el homenaje a su abuela Isabel y a su copla. Paradójicamente, rompió esa charlatanería a la que acostumbra entre tema y tema para concentrar su energía a las letras del disco, ya de por sí convertidas en discurso completo.

Acompañada de los escuderos, Martí Perarnau (Mucho) y Manuel Cabezalí (Havalina), no dejó a nadie sin su recado. Inauguró la temporada musical de la ciudad con un recital de más de dos horas en las que desgranó el nuevo disco y en las que ese “yo estaba ahí” de Merichane fue coreado como himno. Hizo ondear la palabra puta, tuvo también tiempo de cambiar al acústico y cerró con lo más parecido a una rave electrónica postpandemia donde el aforo amagó bailar en lo que le permitió la butaca. Cerró con un aplauso particular a las mujeres de su equipo y el aforo se lo devolvió con una ovación de casi diez minutos al despedirse para dejar constancia de que Cáceres (también) estuvo ahí.