Sus historias son como las de tantos de sus compatriotas. Mayoro y Abid (senegaleses de 35 y 26 años) sacan de sus mochilas echadas a los hombros pequeños tesoros en forma de pulseras de colores y diminutos adornos. Ellos son la otra cara de la feria cacereña, los que salen a la calle en busca de un sustento y que detrás esconden una tragedia. 

«Hay muy buena gente en Cáceres. Te compran para ayudarte. Algunos días puedes conseguir 10 o 16 euros. Pero otros, nada», reconoce Abid, apostado en una esquina del Stradivarius de Cánovas con su camiseta del Real Madrid. Hace unos meses que cruzó en patera el Océano Atlántico para llegar a las Islas Canarias. «Es duro y se pasa miedo», señala con sus ojos brillantes. Vino de su país dejando allí a su familia (padres, hermanos, mujer e hijo). «Trabajo por ellos; todo lo que hago lo hago por ellos», cuenta con una mirada que rompe el alma.

A pocos metros del Electrocash de Antonio Hurtado, Mayoro saca de un bolsillo el Resguardo de Presentación de Solicitud de Protección Internacional. Se trata de un comprobante de su petición de asilo y es un documento válido en España para llevar a cabo cualquier gestión administrativa. 

La mayoría de los jóvenes senegaleses que emprenden el viaje en cayuco con destino a Europa están en torno a la veintena. Muchos se embarcan en Saint Louis, un enclave turístico de 280.000 habitantes en el norte de Senegal muy cerca de la frontera con Mauritania.

Desde la costa senegalesa, la ruta hasta Canarias en patera son más de 1.000 kilómetros, primero bordeando la línea costera de Mauritania y el sur de Marruecos y luego enfilando al Atlántico abierto. Es uno de los trayectos marítimos de acceso al viejo continente más peligrosos que existen, según cifras de la Organización Internacional de las Migraciones. Mayoro recuerda su odisea en el mar entre palabras sueltas de cuya unión sale esta frase tan desgarradora: «Sed, hambre, temor y frío». Sus hijos y esposa le echan de menos. 

¿Cómo es la vida en Cáceres? «Estamos aprendiendo español por las mañanas y por las tardes elaboramos bisutería para venderla». La feria les ha dado una oportunidad: «Todo lo que juntamos lo enviamos a casa. Tener un trabajo es la meta de todos. Es muy difícil pero es nuestro sueño», indican con una sonrisa mientras confiesan que es «demasiado duro» llevar tanto tiempo sin ver a los suyos. 

Una chica escoge una bonita pulsera: «La azul, para mi sobrina». El ferial está a reventar. Mayoro y Abid siguen su camino.