No creo que nuestra ciudad exista un edificio de las enormes proporciones de la plaza de toros de Cáceres que esté más desaprovechado. Me parece que hoy en día no se dan la condiciones para construirlo y no solo por el dineral que supondría ni porque el ornato que luce está fuera de las costumbres y usos actuales de la arquitectura sino porque la afición a las corridas de toros está en lenta decadencia en España y no tan lenta en nuestra ciudad, donde no sé cuanto tiempo hace que no se llena la plaza y por lo tanto solo es rentable celebrar corridas si hay subvenciones públicas.

Dos o tres festejos taurinos al cabo del año no pueden justificar la existencia de ese emblemático edificio. Ya ni siquiera se llenaría con la celebración de mítines como sucedía en el pasado. Su antigüedad y fábrica la convierten en un monumento artístico digno de ser admirado, conservado y cuidado con esmero, cosa que no ha sucedido en los últimos años, aunque la incomodidad de sus asientos y la estreché de sus pasillos sea imposible de solucionar y pueda impedir determinados usos.

En algunas ocasiones ha sido utilizada para conciertos (hace unos días me recordaban mis hijos que allí presenciaron el primer concierto de su vida escuchando a Mecano) y son inolvidables las jornadas en las que durante varios años se celebró el festival hispanoamericano de folklore. Tampoco han faltado representaciones teatrales e incluso fue sede de un cine de verano en el que se disfrutaba más con las ocurrencias que lanzaban a voces algunos de los asistentes, con el acomodador como víctima en ocasiones, que con las películas.

No sé a quién se debe la infrautilización del coso a lo largo de tantos años ni si sería adecuado para negocios de hostelería, reuniones sociales y otros usos diversos pero desde luego el dejarla olvidada durante la mayor parte del año es un lujo que no debemos permitirnos.