Al comienzo de la entrega de las medallas con motivo del Día de Extremadura, solía seguir el acto, me gustaba escuchar a los galardonados, pero poco a poco, tampoco sabría decir por qué, fui perdiendo la afición, y últimamente solo lo veía cuando concedían alguna distinción a instituciones eclesiales o a algún personaje religioso reconociendo su labor. Quitando esos casos, ya no lo seguía en directo, sino leyendo los periódicos del día siguiente. Y así es como me enteré de lo sucedido.

Mira por donde, este año «saltó la liebre» y se produjo algo que no podía imaginar. Seguro que los responsables de la Junta de Extremadura a la hora de supervisar a los invitados lo tenían todo bien atado, pero para bien, este año no ha sido así.

El encargado de dar el discurso en nombre de la ciudadanía extremeña era el reconocido escritor de Alburquerque, Luis Landero. Como he dicho antes, no se cómo habrán sido los de los años anteriores, pero estoy convencido de que lo que se ha dicho, y la forma cómo se ha dicho, no se lo esperaba nadie, Don Guillermo tampoco, seguro. 

El discurso empezó como todos, recordando sus añorados año de infancia en el pueblo, nombrando a sus padres y reviviendo la sabiduría popular con el recuerdo de términos y palabras ya en desuso. Todo muy bien y como de costumbre. Pero la cosa cambió de dirección cuando empezó a referirse al tren.

Hablando en nombre de la ciudadanía, era lógico que en el discurso del año 2022 se aludiera a este tema, si no habría dado la impresión de que el bueno y valiente Don Luis no estaba en la realidad, como si viviera en otro planeta.

Pero hacerlo de la forma que lo hizo, y, sobre todo, acusando tan directamente a los políticos de aquí, utilizando las descalificaciones que usó, teniendo a esos políticos a muy pocos metros de él, era algo que no me podía creer. Imagino que los que me leéis tampoco, ¿o sí? 

Los aplausos de los que lo escuchaban empezaron a hacerse frecuentes cada vez que terminaba una frase, o hacía algún pausa para respirar. El final ya fue apoteósico, aplausos, ¡bravos! Y todo el mundo de pie…, menos los que ocupaban las primeras filas. 

Parece que al día siguiente hubo algunas matizaciones, pero lo dicho ahí queda.

¡Buen curso para todos!