Carta del obispo

La Virgen de la Montaña: la primera cacereña

El obispo en la presentación de los niños a la Virgen en una imagen de archivo.

El obispo en la presentación de los niños a la Virgen en una imagen de archivo. / Carla Graw

Jesús Pulido Arriero

Soy consciente del gran honor que supone que la Junta directiva de la Cofradía de la Virgen de la Montaña me haya confiado la predicación de la novena en el I Centenario de su coronación canónica de la Virgen. Es una gran responsabilidad que asumo para compartir la fe de este pueblo a cuyo servicio me he consagrado, y como homenaje agradecido a la Virgen de la Montaña, a la que quiero llamar “madre” con los mismos sentimientos, con las mismas oraciones y con las mismas expresiones que todos los cacereños.

La devoción de la Virgen de la Montaña no tiene su origen en una aparición extraordinaria como la Virgen del Pilar, de Fátima o de Lourdes ni en una leyenda sorprendente que se pierde en la noche de los tiempos. El culto de la Virgen de la Montaña tiene fechas, personas y datos históricos que nos permiten celebrar sus aniversarios. A principios del siglo XVII Francisco de Paniagua iba por la ciudad con una pequeña imagen de la Virgen pidiendo donativos para la construcción de su ermita. Al recorrer las calles de Cáceres, no solo pedía limosna; pedía también que sus buenas gentes acogieran a María de Monserrate y la adoptaran como Madre. Su imagen actual data de entre los años 1620 y 1626. Cumple ahora cuatro siglos de existencia. El Concejo local y todos los ciudadanos instituyeron las fiestas de la Virgen propiciando la “bajada” de su imagen a la ciudad.

El Ayuntamiento acordó en 1688 declarar a Nuestra Señora de la Montaña “Patrona de Cáceres”. Tres siglos más tarde, a comienzos del siglo XX, este nombramiento fue ratificado por el Papa Pío X bajo el título de “Madre de la Divina Gracia”.

El 12 de octubre de 1924, a petición del pueblo de Cáceres, tuvo lugar la coronación canónica, cuyo centenario celebramos este año. Este privilegio fue concedido por el Papa Pío XI constatando que la devoción a la Virgen de la Montaña se había extendido y afianzado en toda la ciudad y en su comarca.

El acto tuvo lugar en la Plaza Mayor ante miles de ciudadanos. La corona fue adquirida por suscripción popular y Cáceres vivió con tal motivo unos días de fiesta con juegos florales, asambleas sociales y un congreso mariano. No se trata solo de una fiesta religiosa. Es una fiesta de todos los ciudadanos porque la Virgen de la Montaña es santo y seña de la ciudad, orgullo y patrona de Cáceres y de todos los cacereños.

Se cumplen ahora, pues, 400 años de la venerada imagen de la Virgen de la Montaña, y 100 años de aquella solemne coronación canónica. Con tal motivo la ciudad renueva, con este Año Jubilar, su amor y su devoción a la Madre de la ciudad. La Virgen de la Montaña es un tesoro inmaterial para esta ciudad –un tesoro espiritual–, que forma parte de su patrimonio, tanto o más que sus iglesias o sus monumentos.

Nuestra Patrona quizás no se ha distinguido por ser muy “milagrera”, pero ha sido y sigue siendo una buena compañera de camino, la primera cacereña, confidente de sus devotos, presente con su imagen, medalla o estampa en muchos hogares y familias. Cuántas oraciones habrá escuchado, cuántos secretos guardará, cuánto cariño, besos, vivas, lágrimas habrá acumulado a lo largo de cuatro siglos. Si pudiera hablar, cuántas cosas contaría de nuestra historia. La Virgen de la Montaña –como Madre buena que repara el amor en nuestros corazones– ha marcado el carácter de este pueblo, que con solo nombrarla o mirarla, ensancha su pecho y abre su corazón para llenarse de los mejores valores que sustentan nuestra convivencia: la acogida, la solidaridad, la tolerancia y la comprensión. Cáceres no hubiera sido la misma sin la Virgen de la Montaña.

El IV Centenario de la presencia de su imagen y el I Centenario de su coronación es son una ocasión propicia para renovar la devoción y para relanzarla al futuro, a las nuevas generaciones, para agradecer lo que somos, para reconciliarnos con lo que hemos sido, con nuestros antepasados, con nuestra tierra y con nuestros vecinos, con nosotros mismos y con Dios.

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