Ferias y Fiestas de san Fernando

Los felices días del mayo cacereño: de los elefantes al ‘regaetton’

La Feria evoluciona con la ciudad y se adapta a las nuevas modas mientras lucha por no perder su esencia

Ferias y Fiestas de San Fernando , recinto ferial , atracciones , vista aérea , ambiente, en 2012

Ferias y Fiestas de San Fernando , recinto ferial , atracciones , vista aérea , ambiente, en 2012

Marisol López

Marisol López

Por mayo, Cáceres se va de Feria, haga sol de justicia o truene y descargue el cielo tanta agua como intensidad ponen los cacereños a esta fiesta, sacralizada en nombre de San Fernando por casualidad de calendario. Aunque bien pudiera decirse que si el rey santo dejó a Sevilla, por su lealtad, el famoso lema de NO∞DO, («No me ha dejado»), fieles son los cacereños a estas fechas nacidas del negocio, de cuando un apretón de manos y la palabra tenía valor de acta notarial una vez examinado el ejemplar de ganado a la venta, pero que acabaron consagradas, en particular, al ocio.

Allá por los años ochenta, Juanito Barra, peluquero de estirpe catovi, se quejaba de que, por abundancia de eventos en la ciudad, pareciera que «estamos de fiesta todos los días». Y no sería hoy extraña la sensación: del Carnaval a la Semana Santa, la Feria de Primavera, Womad, San Jorge y Jato, hemos venido encadenando fastos. Y si embargo, no hay cacereño que no tenga señaladas estas fechas, alargadas semanas con la preferia y los conciertos previos que aglutinan a miles de personas atraídos por viejas y nuevas leyendas de la música.

La esencia de la feria de los tiempos de Barra lucha por mantenerse en estos días donde las casetas del ‘regaetton’ ganan terreno a las que permitían echar el día en el ferial, entre el aroma de los churros y los pinchos de los bares, los turrones y los puestos con las primeras sandías y melones. Pero el espíritu ahí está, esparcido desde la estampa urbana en la que manda Cánovas y sus alrededores con la feria que agrupa ahora Artesanía y Gastronomía bajo la sombra de sus árboles, entre aromas de glicinia y tilos, hasta el recinto de la feria, adonde se trasladó la actividad justo ahora hace 35 años.

La lluvia ha sido compañera habitual. Ya por San Jorge, la bondad del clima hizo temer a más de uno que se repitiera, en esta edición, la estampa de 1989, cuando una tromba de agua dejó impracticable el Real y se formaron colas de coches intentado acceder el recinto. Se bailó sobre el barro, pero se bailó, porque ya «hay demasiados problemas para que uno se amargue porque llueva», opinaban los que recibían el agua sobre sus cabezas como bautismo feriante.

La lluvia ha sido compañera habitual. Ya por San Jorge, la bondad del clima hizo temer a más de uno que se repitiera, en esta edición, la estampa de 1989, cuando una tromba de agua dejó impracticable el Real y se formaron colas de coches intentado acceder el recinto. Se bailó sobre el barro, pero se bailó, porque ya «hay demasiados problemas para que uno se amargue porque llueva», opinaban los que recibían el agua sobre sus cabezas como bautismo feriante.

El duro de propina del torero Belmonte por un buen apurado

Hace días que en el ferial domina el paisaje la inevitable noria, aunque el vértigo a las alturas compita con otras atracciones de riesgo. Los tiovivos sobre los que cabalgaron los sueños de la infancia apenas se dejan ver entre tanto afán por emular a PortAventura. La cucaña ha quedado en las crónicas de hemeroteca del antiguo Extremadura. Pero los feriantes y titiriteros siguen recorriendo la Ruta de la Plata, ahora con sus modernos remolques de los que despliegan las tómbolas y escenarios. Como antes lo hicieran las carpas del circo y el cinematógrafo. Con elefantes y trapecistas desfilando por la plaza Mayor, en un «más difícil todavía» en pleno movimiento.

La feria evoluciona, como lo hace el propio Cáceres. Ya no hay bandos municipales para ordenar la circulación de los que van y vienen de las casetas y los toros, pero sí juntas de seguridad para procurar que nada descarrile. Ya no es el Cáceres de posguerra en la que toreaban Chicuelo, Sánchez Mejías, Manolete o los Bienvenida. Cuando Belmonte dejó un duro de propina por un buen apurado en la barbería de los Barra. Ni la ciudad enriquecida con el wolframio, ni la de la emigración, después. Hoy, es el Cáceres de la esperanza, revestida de gala como cada mayo. Hasta han vuelto los toros, con división de opiniones entre el respetable. Ya se sabe que la feria se cuenta según la va a uno. Pero como dijo aquel anónimo hace 35 años, ya hay penas suficientes a diario, llegó la hora de echarlas fuera. Buena feria a todos.

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