Primero fue el fuego, después la rueda, a continuación la imprenta, y ahora internet. Cada uno de estos avances ha dado a la humanidad su fruto. El fuego: supremacía como especie; la rueda: tecnología; la imprenta: memoria de la sabiduría. El cuarto está por ver: ¿nos separará del homo para hacernos definitivamente sapiens? ¿nos hará superar las creencias primigenias para abrirnos a un nuevo mundo de conocimientos infinitos compartidos? ¿nos hará dioses?. Se puede pensar, conversar, debatir de esto gozándolo al máximo horas y horas, sobre todo con un buen grupo de amigos inteligentes. Pero no todo es diversión en esta vida, y al igual que cada uno de los tres primeros pasos tuvieron al mismo tiempo que beneficios para la humanidad sus consecuencias negativas asociadas, aunque bien es cierto que menores, internet no podía ser de otra manera, ¡vaya hombre!.

La crisis está provocada por muchos factores. Y no es el menor la irrupción de internet en la historia de la humanidad. Siempre es lo mismo, el miedo al cambio. La resistencia al cambio. La necesidad de los poderes establecidos de asegurarse que los nuevos acontecimientos no van a cambiar en el fondo el estado de las cosas --todo puede cambiar para que nada cambie, eso sí-- y que el pináculo de la pirámide social no va a ver alterado su estatus, o por lo menos no de forma radical, y para ello harán todo lo que tengan que hacer.

Está en juego su supervivencia, y acumulan entre muy pocos el máximo poder. Convertido para ellos en cuestión de vida o muerte, no pararán en mientes para evitar que la geometría social se altere. Echarán al fuego toda la leña que tengan a mano: la ignorancia es su favorita y la herramienta más eficaz para ello, la televisión. Compra de periodistas e intelectuales. Divisiones simples e irracionales: rojos y azules, moros o cristianos, hombres o mujeres, monarquía o república, constitución o ruptura. ¿A ellos qué más les da?. Su fin es único, inamovible: que toda cambie, para que todo siga igual.