Solo con ver la delicadeza con la que Jaime Fernández Luna acaricia un tablón de madera da una idea del cariño que este ebanista le tiene a este material noble. Arregla y restaura todo lo que pasa por su taller de la calle Poeta Ángel Marina de Guadalupe. Olores a madera, serrín, barnices y pintura; cuadros y jarrones, herramientas y máquinas de trabajo; sillas, espejos, platos, baúles y armarios; una amalgama de objetos en estanterías; imaginería religiosa; fotos y estampas de cristos, vírgenes y santos en las paredes. Todo muy ordenado para el usuario.

«En julio va hacer seis años que empecé con el negocio. Antes me dedicaba a vender coches de segunda mano en Madrid, pero cuando mi hija optó por abrir una casa rural en La Puebla, me decidí a probar suerte con este oficio de la restauración. Vi que funcionaba, se me daba bien y monté la tienda», cuenta Jaime.

El establecimiento lleva por nombre Antigüedades La Galería. Con la amabilidad que le caracteriza explica que «el mueble bueno de época siempre va a tener salida. Y eso es algo que le debemos a los coleccionistas, que son nuestros mejores clientes».

Detalla cómo muchísima gente acude a ofrecerle enseres que ya no quieren o que les interesa vender. Incluso se desplaza a las casas de los vendedores. «Observo bien el producto y le pongo un precio, y si llegamos a un acuerdo, voy con otra persona, desmontamos los muebles y los cargo en la furgoneta».

Luego llega la fase de reparación. Ángel los acomoda, los arregla con mimo. «Aún así, cuesta a veces dar salida al género y casi viene más gente a venderme muebles y objetos que a comprarlos». Una vez reparados, lleva los objetos donde el cliente resida, en Zorita, en Cañamero, en Cáceres...

Una vez salió en Radiolé y «me llamaba un montón de personas», apunta entre risas mientras enseña algunos de sus enseres más curiosos. «Lo que más despacho son muebles de roble, nogal o haya».

Señala la anécdota de otro de esos objetos curiosos, una máquina de embuchar embutidos que era muy vieja con los palos de madera, las palancas... «lo mismo que los artificios estos de envasar las morcillas, los chorizos. Creo que la debieron haber construido a mano. Era de lata. Me llamó un montón la atención porque no lo había visto nunca».

Con 15 años llegó a Guadalupe y se enamoró de la que hoy en día es su mujer. Fernández estuvo 29 años en el mundo del automóvil, pero era una vida agitada y declinó cambiarla para mimar los muebles con sus manos. Y es que Jaime es todo un ángel.