tradiciones

Nuestra Extremadura

José Antonio Barquilla Mateos

Esta Extremadura nuestra vive su tierra y su dehesa tan llena de encinares y de misterio, el ulular del búho en lo noche con luna llena, como un misterio del campo, el frío enredado en las sombras, las ovejas en el redil, los reposados mastines, guardianes fieros, con el recuerdo antiguo del lobo en el olfato, en su genética de perros bravos, y la memoria de los pastores en chozas viejas, el invierno de mañanas heladas, enmarañado de nieblas, como una prolongación navideña o un enero eterno.

Y las fiestas de algunos pueblos de nuestra Extremadura como La Encamisá de Torrejoncillo, fe y orgullo de los lugareños.

Y el Jarramplas de Piornal, representando a un ladrón de ganado sobre el que caen lluvias de nabos.

 Las Carantoñas de Acehuche, hombres que se visten con pieles de animales, y la devoción a San Sebastián, los tamborileros recorriendo el pueblo desde la víspera de la fiesta, tocando el tamboril.

Y a la llegada de la primavera, los cerezos en flor del valle del Jerte, pétalos blancos y canto de pajarillos, el «rizado vuelo de las golondrinas» que dijo el poeta.

Campanas, trinos, amapolas, Y Semana Santa, muerto el aromático perfume de las violetas, los empalaos de Valverde de la Vera, sacrificio y penitencia.

Fiestas de interés turístico de esta Extremadura tan nuestra.

Y las migas con torreznos, el frite de cordero, la chanfaina extremeña, las tortas del Casar, el jamón de Montánchez, y el vino de pitarra, tan de nuestra tierra, y tantas cosas buenas, además de lo anteriormente nombrado que nos define y nos retrata como la impronta más genuina de lo extremeño.

Extremadura en las torres, en los palacios, en las casonas señoriales, en los castillos altivos, en las seculares iglesias, en las plazas monumentales, en el chorro de los surtidores, en las gárgolas misteriosas de los aleros, en el crotorar de las cigüeñas, en el silencio de un campanario en ruinas,

En las dormidas arboledas en las afueras de algunos pueblos.