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la cultura que nos viene

Desde el lugar en que miramos

Desde el lugar en que miramos

La palabra teatro viene del griego: significa «lugar para contemplar». Asistiendo a otras vidas, hemos llegado a comprendernos mucho mejor: esa es la razón por la que sabemos que las mejores obras (de cualquier tipo: aquí se incluyen todas las arte--s) hablan de nosotros mismos: de cada uno de nosotros, de usted y de mí, individualmente, quiero decir, aunque la acción tenga lugar en el siglo XVIII o en el año 3507; aunque una sea ya una señora de cuarenta años (sí, hace ya tiempo que los adolescentes nos llaman señora y nos hablan de usted) y la pieza hable de un príncipe de Dinamarca, de un niño casi adolescente, de un juicio o del maltrato.

La primera vez que entrevisté a Miguel Murillo, hace más de 15 años (por entonces tenía barba), me dijo que el arte tenía que ser progresista. Que las obras de teatro servían para explicarnos, para situarnos en el mundo, para apreciar aspectos que nunca antes nos habían importado o de los que no nos hubiéramos percatado jamás de no ser por ese preciso grupo de actores encima de un escenario. Que el teatro, y las artes, se hacen para ser vistos por el mayor número de personas posible y que pueden impulsar un cambio social estricto, duradero.

Mañana comienza el Festival de Teatro de Badajoz, que nos ha dado momentazos impagables como el Edipo de O Chapitô o Los chicos de Historia, de José María Pou, o El búfalo americano, de Teatro del Noctámbulo hace más tiempo. En su programación, bombazos como El pequeño poni o El jurado: de El Brujo no hablo porque Rafael Álvarez tiene una cohorte que fleta autobuses para verle allá donde va. Se estrena con danza (nunca vemos suficiente danza) y el ballet de Víctor Ullate con música de Manuel de Falla (entre otros), una revisión de lo que ya hizo hace más de 20 años en el Maestranza de Sevilla. Luego, una programación con obras muy sociales, mucho. El jurado, por ejemplo, se inspira en Doce hombres sin piedad, de Reginald Rose. Un político acusado de corrupción, tribunales y muchísima presión mediática. Los juicios paralelos en la opinión pública, la información como espectáculo, la falta de ética que suponen... no nos resultan ajenos. Recuerden el caso de Rocío Wannikhof y el linchamiento al que se sometió a una Dolores Vázquez que se fue a Londres y a la que nadie pidió perdón, ni indemnizó ni nada. La obra se pregunta, entre muchas otras, dónde acaba lo público y empieza lo privado. El periodismo acabó hace mucho tiempo con esa distinción: en algunos casos para bien, ojo: los malos tratos eran considerados un asunto del ámbito familiar y ahora se denuncian, se hacen concentraciones y se intenta educar en igualdad. O se hacen obras de teatro, como «No daré hijos, daré versos», sobre Delmira Agustini, que nació en 1886 y murió en 1914 asesinada por su marido, Enrique Jacobo Reyes, cuando tenía 27 años de edad, después de haber escrito cosas como «Me abismo en una rara ceguera luminosa, / un astro, casi un alma, me ha velado la Vida». Sobre las relaciones y sobre cómo nadie es lo que parece habla la irlandesa Marina Carr en Mármol. Matrimonios de larga duración, vida económica resuelta (al fin y al cabo, los casorios son un contrato mercantil: la afectividad no la puede regular nadie) y, de pronto, el deseo y la sensación de estar perdiendo el control y de descubrir que tampoco es que uno estuviera abrazando la vida y besándola en la boca. La placidez está muy bien, pero no eternamente. A veces es deseable: cuando se tiene un hijo, por ejemplo. Cuando se tiene un hijo, todos los miedos son pocos. Y el acoso escolar ocurre, aquí y en Estados Unidos. Hace un par de años, Michael Morones intentó suicidarse: era fan de la serie El pequeño poni y llevaba una mochila. Los niños se reían de él. «El lenguaje es violencia», nos contó Toni Morrison hace mucho tiempo. El lenguaje es violencia y mata. A Morones lo ha dejado con un daño cerebral que sus padres intentan paliar poco a poco, con mucha terapia costosa, cinco horas al día. Parpadea para responder sí o no. Está haciendo progresos, pero antes estudiaba violín y ahora solo mueve los ojos y la cabeza. Nada más. Intentó ahorcarse. Tenía once años. El pequeño poni es la obra basada en su caso y ha servido para hablar del acoso escolar. De qué ocurre en las mentes de los acosadores. De cómo lo reciben los padres. De qué puede hacer la comunidad educativa. El teatro logra todas estas cosas.

Actividades

‘El amor brujo’. Víctor Ullate Ballet. Sábado, 22 de octubre. 21.00 horas. Teatro López de Ayala (Badajoz)

‘El jurado’. Domingo, 23 de octubre. 21.00 horas. Teatro López de Ayala (Badajoz)

‘Los misterios del Quijote’. El Brujo. Lunes, 24 de octubre. 21.00 horas. Teatro López de Ayala (Badajoz)

‘El pequeño poni’. Martes, 25 de octubre. 21.00 horas. Teatro López de Ayala (Badajoz)

‘Mármol’. Miércoles, 26 de octubre. 21.00 horas. Teatro López de Ayala (Badajoz)

‘No daré hijos, daré versos’. Jueves, 27 de octubre. 21.00 horas. Teatro López de Ayala (Badajoz)

Juan Echanove con la Orquesta de Extremadura. Viernes, 21 de octubre. 20.30 horas. Gran Teatro (Cáceres).

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