Juan Marsé pertenecía a una generación que creció en las salas de cine barcelonesas en tiempos de posguerra. Nunca la visión de películas de aventuras, del Oeste, bélicas o peplums de Hollywood ha tenido tanto sentido como evasión de la realidad. De eso sabían mucho Marsé y Terenci Moix, y lo volcaron de una manera u otra en su literatura. Y si bien Moix ejerció la crítica de cine en las páginas de Film Ideal, y después en la revista Fotogramas, Marsé imprimió esa deuda con el cine en sus obras.

En la magnífica edición de los Cuentos completos del autor, editada por Enrique Turpín en 2003, pueden encontrarse esos ecos cinematográficos permanentes. El más famoso de sus cuentos cinéfilos es el que lleva por título El fantasma del cine Roxy, toda una declaración de principios al enfrentar a un veterano escritor con un director novel que solo ha visto películas en el vídeo.

Marse debía sentirse incómodo con los derroteros que han ido tomando la distribución y exhibición cinematográficas en los últimos tiempos, aunque para él las películas seguían siendo buenas o malas, más allá de dónde y cómo se viesen. Un espectador era para él alguien que absorbe luces y sombras de otra vida más intensa y hermosa. En eso, quizá, se parecía a François Truffaut.

Uno de sus amigos cineastas fue quien más veces le adaptó a la gran pantalla. Vicente Aranda dirigió cuatro películas: La muchacha de las bragas de oro (1979), Si te dicen que caí (1989), El amante bilingüe (1993) y Canciones de amor en Lolita’s Club (2007). La primera y la segunda, interpretadas ambas por Victoria Abril, sostienen bien la crudeza de lo expuesto por Marsé.

El escritor nunca quedó enteramente satisfecho de los filmes basados en sus novelas, pero todos consiguieron evocar bastante bien la Barcelona en duermevela de Marsé, la división de clases, el submundo de la prostitución y la violencia, los bajos fondos y los barrios de la alta burguesía, pero todas son interesantes por alguna razón u otra. QUIM CASAS