¿Qué pinta el silbo gomero, un lenguaje silbado inventado por los guanches para comunicarse a larga distancia, en el centro de una historia de gánsteres, policías corruptos y colchones rellenados con dinero? En su quinta película, 'La Gomera', Corneliu Porumboiu ofrece una cautivadora respuesta. Y entretanto, mientras transita entre Bucarest y la isla canaria del título, el más versátil de los cineastas pertenecientes a la nueva ola rumana retrata un mundo en el que la vigilancia es permanente y el lenguaje es una forma de engaño.

¿Cómo conoció el silbo gomero?

Hace poco más de una década, por casualidad, vi en televisión un documental sobre el asunto. Por aquel entonces yo acababa de completar mi segunda pelicula, 'Policía, adjetivo' (2009), que en parte meditaba sobre el uso del lenguaje, y de inmediato vi en esa forma de comunicación tan peculiar una oportunidad para abordar el tema de una manera distinta. El silbo está catalogado como patrimonio de la Unesco, y en mi opinión tiene algo poético y primigenio. Después descubrí que en algunos otros sitios la gente también se comunica silbando: una población de Turquía, otra de Grecia, un pueblecito pirenaico llamado Aas... Habrá unos 40 lugares en todo el mundo.

¿Y por qué decidió usar el silbo como ingrediente de una intriga 'noir'? No es una elección obvia...

El silbo es una forma de comunicación codificada, y por tanto guarda similitudes con el cine. Se usa como referente y sustituto del lenguaje verbal, del mismo modo que las películas son relecturas de la realidad. Creo, por tanto, que el silbo es muy cinematográfico. Y al mismo tiempo hay algo secreto y misterioso en él, y por tanto es idóneo para contar historias en las que los personajes esconden cosas, como las típicas del cine negro.

En realidad, 'La Gomera' no solo es una muestra de cine negro; sus personajes parecen ser conscientes de estar dando vida a arquetipos del género. ¿Diseñó la película a modo de homenaje?

Sí. Actualmente vivimos rodeados de cámaras, y muchas de ellas sirven esencialmente para tenernos vigilados, aunque nosotros no seamos conscientes de que esa es su función. Los personajes de la película son muy conscientes de estar siendo monitorizados, y para engañar a las cámaras se ocultan detrás de arquetipos del cine negro. Me pareció muy divertido establecer ese tipo de juego metatextual.

¿Qué relación personal tiene usted con el género?

Es complicada, porque el cine estadounidense estuvo prohibido en mi país durante la dictadura de Ceausescu. Era posible acceder a él a través del mercado negro de cintas VHS que existía, pero casi toda la oferta la copaban las comedias y las películas de acción. No descubrí títulos como 'El halcón maltés' (1941) y 'El sueño eterno' (1946) hasta los años 90, cuando estudiaba Administración de Empresas en Bucarest.

¿De dónde proviene su particularísimo sentido del humor, que juega un papel tan relevante en sus películas?

Siempre me ha gustado la comedia seca y hierática. Aprendí a apreciarla de pequeño, gracias a mis padres, que siempre han tenido un humor muy negro y una forma impasible de expresarlo. En realidad es una actitud muy extendida por Europa del Este, porque tradicionalmente nos ha servido como escudo para lidiar con nuestro oscuro pasado. Mis personajes siempre son muy serios, un poco en la línea de Buster Keaton, aunque al mismo tiempo hay algo tétrico en ellos que, como digo, tiene que ve con nuestra cultura.

Cuando los cineasta de su país empezaron a triunfar internacionalmente hace algo más de 15 años, se creó la etiqueta nueva ola rumana. ¿Qué hay detrás de ella actualmente?

Somos un grupo de directores que tenemos la suerte de viajar por todo el mundo con nuestras películas, pero de ningún modo formamos un movimiento. De hecho, la etiqueta se usa más en el contexto de los festivales internacionales que en nuestro propio país. En mi país el cine no le importa a casi nadie; después de la revolución, las viejas salas de cine comunistas fueron cerradas, y sustituidas por bares y pizzerías, y desde entonces casi nadie va al cine. Tenemos el número de espectadores más bajo de Europa.