Junto a la aparición del sepulcro de Santiago y la formación de sus caminos de peregrinación a Compostela, el traslado de los restos de san Isidoro desde Sevilla hasta León constituye un acontecimiento fundamental en la Edad Media hispana. Y en ese corto pero intenso (fueron unos meses) pasaje de la historia, Extremadura también tiene su rincón, pues por sus tierras pasó la embajada encomendada por el rey Fernando I de León y su esposa Sancha Alfónsez para trasladar los restos de santa Justa desde la capital hispalense para que reposasen en su iglesia palatina a fin de prestigiar su corte, aunque el que llegó finalmente fue Isidoro, nacido en Sevilla en 556, canonizado oficialmente en 1598 y nombrado doctor de la Iglesia en 1722. Estos son los hechos y la historia que narra Julián González Prieto (Palencia, 1938) en ‘San Isidoro, de Sevilla a León’ (Editorial Rimpego).

La misión fue encomendada a los obispos Alvito (León) y Ordoño (Astorga), escoltados militarmente por el conde Munio Muñiz al frente de un contingente de cerca de 700 personas, entre los que se cuela, por obra y gracia del autor, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, y aunque no está documentado que el Campeador hiciese este viaje, y por ende que atravesase tierras extremeñas desde Baños de Montemayor, donde acamparon y cambiaron los animales hasta alcanzar su destino, Joaquín Alegre, el editor, señaló en la presentación del libro en León que Julián González «hace una especulación muy bonita, muy arriesgada, pero a la vez con mucha base histórica: sitúa como comandante de la tropa que viaja a Sevilla al Cid, que en ese momento es el auxiliar del jefe de la guardia real…». Que este dato sea verdad o mentira, especulación o mero artificio literario, lo cierto es que la comitiva cruzó el «impresionante» puente de Alconétar, acampó a las afueras de Cáceres (Kastris) y de camino a Mérida (Emerita) se admira del paisaje, contándonos el autor que en ese año, 1063, en la Vía de la Plata (Al Balat) había cerezos, almendros, olivos, huertas, ríos, rebaños de ovejas, cabras..

Tras cumplir su misión, conseguir unas reliquias, aunque estas no fueron las de santa Justa, si no la del obispo Isidoro, la comitiva emprende el regreso y de nuevo por Extremadura, donde una vez llegados a Monesterio deciden abandonar la calzada para ponerse a salvo de Abad ibn Muhammand Al Mutadid (príncipe de la taifa de Sevilla y autoproclamado emir de Al Andalús) y se dirigen a Al Caxera (Calera de Léón) donde su comunidad mozárabe les ayuda. Salvados los obstáculos vuelven a la calzada de la Vía de la Plata y atraviesan «la acogedora Fuente de Cantos, la bella Zafra (Sagra), los altos de Maimona, Villafranca y el paraíso vinatero de Almendralejo», se puede leer en el libro, en el que se describe cómo reciben el fervor de los mozárabes de Aljucén (Al Junciel), Alcuéscar (Al Güescar), Valdesalor y la Aldea del Cano, hasta alcanzar el Tajo (Tagus) hasta llegar a Cañaveral, Grimaldo, y la muralla de Galisteo (Medin Galisyad), pasando más adelante por Carcaboso, la antigua villa romana de Cáparra y Aldeanueva y de nuevo acamparán, como en la ida, dos jornadas en Baños para dar descanso a los hombres y los animales, de vuelta a León con los restos de Isidoro, que ya había hecho algunos milagros y al que allí por donde pasase se le rendía devoción.

Ilustrado

El libro, que incorpora ilustraciones (incluido un mapa con la ruta), un anexo con la biografía de este doctor de la Iglesia, escritor prolífico que presidió el Concilio de Toledo (633), y otro con los tesoros que cobija la Real Colegiata Basílica de San Isidoro, es una pequeña joya didáctica, descriptiva, divulgativa, precisa y concisa, con profusión de datos, pero escrita de manera muy amena sobre una historia que comenzó en el verano de 1063 en León (Leione) y acabó una luminosa tarde del 23 de diciembre de ese mismo año cuando Isidoro llegó a la que sería su casa por los siglos de los siglos.

Dice González que cree «haber descubierto la ruta original histórica por la que discurrió el traslado», ese traslado que llevó a la comitiva por tierras extremeñas, mostrando en estas páginas la belleza de un paisaje que aún perdura aunque con otras características, los nombres primitivos de sus ciudades y la nobleza de sus gentes. Ahora, que tan de moda están las rutas temáticas, igual es el momento para dedicarle una a esta parte de nuestra historia que a buen seguro muchos desconocían y que gracias a este libro y la labor de investigación de este historiador está al alcance de todos. Y es que pocas veces en 109 páginas se puede decir tanto y tan bien.