Marc Marginedas es el hilo conductor de ‘Regreso a Raqqa’. Es quien aparece más en el documental y quien, acompañado por los directores de este, Albert Solé y Raúl Cuevas, vuelve al lugar en el que estuvo secuestrado por una facción de ISIS, en una casa junto al río Éufrates. Pero el planteamiento de la película fue, desde el inicio, más coral. “Quisimos contar la epopeya de todo un grupo, Marc era nuestro personaje principal, el vehículo, la reflexión”, remarca Cuevas. ¿Cómo puede plasmarse la angustia de un secuestro? “Es una historia terrible, y que Marc haya accedido a contarla es de agradecer”, añade Cuevas. “El problema era cómo ponerlo en pantalla. Por un lado planteamos las secuencias en animación y por el otro, el propio viaje”.

Al comenzar el filme, Marginedas dice que le sirve para enfrentarse a lo que vivió y dar carpetazo al pasado. El documental no es terapéutico; la terapía tiene que hacerse en casa, según Marginedas, que asumía los gajes del oficio del corresponsal de guerra. “La Raqqa a la que fuimos tiene un gran poder metafórico”, nos cuenta Solé. “Queríamos buscar el shock emocional que suponía el regreso. Cada rehén fue trasladado a multitud de lugares”. Raqqa era entonces, en 2013, el feudo de Estado Islámico.

A las reacciones de Marginedas y otros entrevistados que fueron también secuestrados –el periodista de ‘El Mundo’ Javier Espinosa, el fotógrafo danés Daniel Rye– se unía una logística de producción realmente compleja. “Se rodó antes de la pandemiaLas condiciones de seguridad no eran óptimas. La incógnita era lo que no encontraríamos y cómo reaccionaría Marc ante ello”, explica Solé. Cuevas añade que “fue un rodaje super-complejo, coincidió con el mes del Ramadán, la distancia entre el lugar en el que estábamos alojados y Raqqa era de tres horas en coche, filmar en el campo de refugiados no fue fácil. De todos los días de trabajo, resultaron productivos muy pocos”.

Los directores y el equipo de la película se enfrentaron a situaciones de peligro latente. “La frontera estaba cortada, invertíamos el 70% del tiempo en el transporte y Raqqa estaba en una fase muy crítica. Había una cierta sicosis de inseguridad”, recuerda Solé. Hubo un momento especialmente tenso, evocado por Cuevas: “El día que filmamos la casa en el río fue el momento en el que más me preocupé. Estábamos convencidos de que si pasaba algo, la única salida posible era saltar al río”.

Albert Solé y Raúl Cuevas. EPC

Marginedas tiene una presencia muy potente, lo que invitó a los directores a utilizar a menudo el recurso del primer plano para capturar su mirada, la mirada de alguien que soportó pruebas muy duras durante su cautiverio. Solé y Cuevas decidieron recrear mediante animación algunos aspectos de ese secuestro. “Había un reto, cómo contar aquello de lo que no tienes imágenes. Descarte las recreaciones. La animación te permite volar más alto, era con diferencia la mejor solución”, argumenta Solé. Otro de los objetivos de la película revelar el sufrimiento de los civiles sirios durante la contienda.

En un momento del filme, Marginedas comenta que había hecho las paces respecto a la idea de morir. Y en otra escena explica que cuando tienes hambre –y pasaron mucha durante el cautiverio– el cuerpo se devora a sí mismo para mantener las constantes vitales. Todo es escalofriante, pero contado con enorme transparencia y sinceridad. Como, por ejemplo, cuando Marginedas y los otros periodistas hablan del grupo de yihadistas procedentes del Reino Unido a los que apodaban los Beatles: era peor el momento entre palizas que la paliza que les daban, la vulnerabilidad absoluta que representaba el miedo a que podían volver a entrar en cualquier momento.

“El catálogo de crueldades es tal…” comenta Solé al referirse a las imágenes de la barbarie utilizadas en el filme. En una de estas imágenes de archivo podemos ver como un miembro de Estado Islámico ejecuta en plena calle a una mujer acusada de prostitución. “Hay cosas en YouTube directamente, esa ejecución, que es terrible, pero se ha hecho un trabajo exhaustivo de búsqueda. Son imágenes que no se me borrarán jamás”, explica Cuevas, quien, como Solé, siempre tuvo en cuenta que no se podían traspasar ciertas líneas rojas a la hora de mostrarlas. 

Las pretensiones de los secuestradores fueron dantescas. Pidieron dos millones de euros por el prisionero danés y 126 millones por el estadounidense Steven Sotloff, quien finalmente fue ejecutado y cuyo padre en entrevistado en uno de los momentos más duros de la película. Gobiernos como el danés permiten tratos en privado entre familiares y secuestrados, a diferencia de Reino Unido y Estados Unidos. Si los padres de Sotloff pagaban, podían ser condenados por su propio Gobierno. Rye fue liberado tras pagar un rescate de 15 millones de coronas (unos dos millones de euros).