La cultura que nos viene

Si esto fuera un artículo

Pilar Galán, el día que presentó en el instituto Hernández Pacheco, en Cáceres, 'Si esto fuera una novela'

Pilar Galán, el día que presentó en el instituto Hernández Pacheco, en Cáceres, 'Si esto fuera una novela' / Lorenzo Cordero

Cuando murió Jandro, que era mi hermano, menos de nueve meses después de que falleciera mi padre, le dije a sus hijos que tuvieran paciencia en el tanatorio, porque la gente no se sabe comportar. Esa señora preguntándole a su hijo si iba a clase con fulanito durante un cuarto de hora. Que qué más nos daría. Ese maremágnum de grupos contándose la vida, que hizo que su hija mediana estuviera a punto de liarse a voces. Nos largamos a dar una vuelta, abrazadas, durante más de un cuarto de hora. Cuando nos dimos la vuelta, vimos a sus amigos y nos echamos a reír desaforadamente. Nos habían seguido, en completo silencio, sin que nos diéramos cuenta, un montón de chavales de quince años, para darnos un crepe relleno de Nutella. 

Lo he recordado cuando he leído un libro que habla sobre el duelo, la familia, la manera en que la memoria es ficción porque reconstruimos nuestros recuerdos cada vez que los pensamos o los decimos o los escribimos y he vuelto a ver a una chica rubia sonriendo muy tímida y tendiéndonos la merienda envuelta en papel Albal. Terminamos repartiendo el crepe y chupándonos los dedos y fuimos a la cafetería del tanatorio a tomar café y dulces: esa cafetería, en la que bajábamos a grupos pequeños, nos dio los mejores momentos de esos días.

No es fácil escribir sobre el duelo. Entre otras cosas, porque el duelo no se acaba nunca. Los domingos, cuando cocino, desde hace casi siete años, espero la llamada de mi padre para decirle, indefectiblemente, que estoy picando cebollas. De vez en cuando (el otro día, con la última escena del capítulo 8 de The last of us -repito: vean The last of us-), recibo un mensaje de alguno de los críos. Los críos ya tienen más de 20 años todos, pero yo sigo llamándoles «mis adolescentes». Son las primeras personas que me otorgaron el título de tía sin ser tía. Siguen presentándome a sus amigos como «mi tía Olga» y en mis álbumes de fotos, están en la carpeta «Sobrinos» junto a los hijos de mi hermano. «Lo que se está perdiendo tu padre», les digo. A veces me paro delante de la foto que tengo colgada en la entrada de mi cuarto: «Lo que te estás perdiendo, macho». O le escribo un tweet. O le escribo a mano. Porque que los padres mueran es ley de vida, pero que se te mueran los amigos es una putada y cuando el padre se muere con 51 también. 

La perla

El padre, el maestro, el amigo, el escritor. Mañana, en el Cine Teatro Juventud de Hervás, se celebrará un homenaje a Víctor Chamorro, figura clave en la literatura no solo extremeña sino también española. «Ganador de numerosos premios, escritor comprometido, poseedor de una voz propia y particular que ha interpretado nuestra tierra y nos la ha contado desde los iluminados de Llerena al hambre y la sed de justicia de unos personajes que caminan a nuestro lado»: eso dice la AEEx, que organiza el acto: lo han hecho Pilar Galán y Nicanor Gil y comienza a las diez y media de la mañana. Estará allí su hija Teresa, Maite Chamorro, pero también sus alumnos, los escritores de los que fue mentor y guía. Habrá teatro y música. Y habrá amigos. Todo para recordar a Víctor Chamorro y su inmenso legado

Recoger la casa, elegir la ropa que se va a donar (»dame esa camiseta»; «esa camisa no la tires, que fue con la que os casasteis»), ordenar los muebles, quedarte con el reloj de tu padre y sus bolígrafos y sus gemelos y su alfiler de corbata y con las ganas de quejarte porque de los padres siempre se queja uno, aunque no los conozca bien, porque nunca les conocemos bien, y qué hubiera sido si, en vez de mi padre, fuera mi amigo, si le hubiera conocido en otro lugar, ¿me hubiera caído bien, si llego a encontrármelo en otro lugar? Recoger la casa, vender los muebles en Wallapop, como cuenta Pilar, dejar de escribir, como dejé yo de escribir, como dejamos las dos de escribir para vernos desde fuera y contarnos el mundo, sentir las ganas de hacerlo de nuevo porque lees una novela con la que quieres levantarte del sofá y mandarle un WhatsApp a la autora (sí, tengo esa ventaja) para decirle: «Ay, mari, lo que estoy llorando con tu libro», pero quieres seguir leyendo y, de todos modos, no te has dado cuenta de cuándo ha comenzado el picor en los ojos, ni el nudo haciéndose grande en la garganta, que es el primer aviso de mi cuerpo para que las lágrimas salgan y, de pronto, estoy sorbiéndome los mocos y con ganas de hablar de mis duelos, de ese puente entre el 2016 y el 2017, de las oposiciones, de los hospitales de tres ciudades, de las llamadas, de la gente diciendo imbecilidades (»de qué se ha muerto». Respondí: «qué más da. Está muerto», cuando debería haber contestado: «Y a ti qué coño te importa» -somos esclavos de las formas: si pierdes las formas pierdes la razón, nos enseñan desde pequeños: y así estamos, sonriendo para no molestar, pero el que se queda jodido eres tú-), del cansancio eterno, del calor y el frío, de los amigos que estaban callados al lado, como pilares, escribiendo correos en los que solo había una canción, para que la música te salvara del caos, como ese 'No time to cry', de Iris Dement, qué bien escribe Iris Dement, o ese One step at a time, que se convirtió en el tema de esos días, el recordatorio de que tengo que vivir por dos. 

Lo mismo esperaban ustedes un artículo sobre las citas culturales. He escrito sobre cultura, me digo: estoy hablando de un libro. Estoy hablando de un libro sin hablar de un libro dialogando con un libro. Lo ha publicado De la luna. Habla sobre el duelo y sobre la familia y sobre la infancia de las niñas de posguerra en los internados, de esas madres que peinaban despacito sabiendo que no iban a ver a sus hijas en tres meses, de alguna carta y patatas fritas que saben a gloria y la pandemia y los coches fúnebres y el cansancio y la pérdida de la risa y de las ganas

Se titula Si esto fuera una novela y lo ha escrito Pilar Galán

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