ENTREVISTA | Amancio Prada Cantautor

«Soy lo que canto»

Amancio Prada, cantautor.

Amancio Prada, cantautor. / LUIS POLO

Florian Recio

Conversar con Amancio Prada (Dehesas, Ponferrada, 3 de febrero de 1949) es conversar con un aedo del siglo XXI. Acaba de celebrar el cincuenta aniversario de Vida e Morte, su primer disco. Y lo celebra publicando un nuevo trabajo, titulado Prada Prada, donde rinde un homenaje a toda su carrera. Escucharle es una experiencia. Da igual si está arriba del escenario o al otro lado de la mesa. Tú propones un tema, arrojas una simple palabra y él te la devuelve convertida en historia, en cuento, en verso. Gesticula lo justo, recita de memoria, modula la voz y te arrastra con ella a un mundo que parece sacar los pies fuera del presente. Sin embargo, él asegura que el tiempo del arte no es lineal. No hay pasado ni futuro. El arte, cuando es verdadero, vive instalado en el presente.

Ahora se celebra el cincuenta aniversario de su primer disco, Vida e Morte

Vida e Morte es el germen de cuanto he hecho después. En Vida e Morte ya cantaba en gallego, en castellano, poetas antiguos, románticos, poetas contemporáneos, usaba voz, guitarra y violonchelo.  

También fue su primer encuentro con Rosalía. 

Rosalía es la musa de mis primeras canciones. Tenía 17 o 18 años, estudiando en Valladolid, en un paisaje tan distinto del Bierzo, donde sentí por primera vez lo que era la morriña, la saudade, la lejanía de mi espacio natural. 

Luego ha seguido cantando a Rosalía y estudiando a los románticos. 

En el romántico hay un afán de liberación, de no sometimiento a lo que te rodea. Con todo, hay románticos y románticos. No todos son iguales; pero en Rosalía, el canto coral convive con lo íntimo. Son como alas y raíces. No es contradictorio sino complementario. Rosalía, como todos los románticos, mira mucho al entorno que la rodea e influye en ella. La lluvia, los robles, el paisaje y el paisanaje. No solo se mete en el paisaje sino en lo que ve en los demás. Pero no solo las tristezas, también la alegría. Tiene en Cantares Gallegos cantos muy alegres, muy chispeantes, aunque siempre se ciñe sobre ella una negra sombra que planea en su vida. No se sabe bien por qué. Yo, cuando canto a Rosalía, soy Rosalía. 

Y tras Rosalía se encontró con San Juan de la Cruz y su Cántico Espiritual. 

No fue intencionado. Yo no he hecho nunca nada programado. No he ido buscando nunca un poeta para cantar. Son encuentros. San Juan me llegó como un regalo. Cae el libro en mis manos y me conmovió desde la primera lectura. Te digo lo mismo: cuando canto a San Juan, soy el alma de San Juan. Pero, la verdad es que me da igual que un poema sea del siglo XIII, anónimo, romántico o contemporáneo. Canto lo que siento. Soy lo que canto.

Entonces, si no va buscando, ¿cuándo siente que un poema es el adecuado para convertirse en canción? 

Decía Chillida que «arte es hacer lo que uno no sabe hacer». A veces los dioses te regalan el primer verso, incluso su melodía, pero encontrar esa música no añadida, sino extraída del poema, conlleva una labranza, dando pasos en lo desconocido, apalpando, tarareando y, finalmente, cantando. Al poema hay que encontrarle la entonación debida. No todo lo que se canta vale, por muy bueno que sea el texto. No todo vale, o no vale tanto. 

Es interesante esa idea de la labranza del poema y la canción. 

La música es la labranza del aire. Y del aire y de la palabra si hablamos de una canción. Cuando un poema te enamora se convierte en campo de labranza, cavas en él, lo siembras como semilla en los surcos del pentagrama, y cuando renace en canción, entonces forma parte ya del paisaje de tu alma. Me gusta esa palabra, labranza, porque implica esmero, paciencia, dedicación a algo que puede dar sentido a toda una vida. 

Volviendo al Cántico. Lo ha cantado en teatros, salas de concierto, pero también en claustros, iglesias, catedrales. Incluso una vez lo cantó en el salón de la casa de María Zambrano. 

Fue a través de Ana Martín Gaite, que vivía en Ginebra, donde residía María Zambrano. Gaite me dijo: «¿sabes que María Zambrano es una enamorada del cántico, que lo escucha todos los días?». Y yo, que por entonces iba a cantar el Cántico en el Español de Madrid, le dije que sería precioso si pudiera dedicarle unas palabras para el programa de mano. Y ella consintió y me las escribió. En agradecimiento le prometí que algún día cantaría el Cántico para ella. Y cumplí la promesa. Por el 84, creo recordar. En su casa de la calle Antonio Maura. Una noche inolvidable.

Tras místicos y románticos viene una larga nómina de poetas a los que has dado música y voz: Manrique, Cunqueiro, Chicho S. Ferlosio, Lorca, García Calvo, Antonio Pereira, Juan Carlos Mestre, Manuel Vicent, hasta llegar a Bécquer, en su último trabajo. Adentrarse en tu discografía es estudiar historia de la literatura hispánica.

Bueno, solo unas páginas escogidas, con las que uno siente sintonía, pero nunca me ha movido esa pretensión de hacer una antología de la literatura, ni mucho menos. Si uno tuviera que poner música a toda la poesía que le gusta sería como pretender recoger la arena de todas las playas del mundo. Mira, curiosamente, el poeta que más me ha acompañado a lo largo de mi vida, como un viático de camino, es a quien menos he cantado. Me refiero a don Antonio Machado. 

Sí que es curioso.

Machado me parece un poeta inmenso. No solo te hace sentir, también te enseña a pensar. Y me gusta la poesía que muestra emoción y pensamiento. Guardo un pequeño libro suyo, de la colección Crisol de Aguilar, un auténtico libro de bolsillo o de bolso en bandolera, con el que puedo decir que «he andado muchos caminos y he abierto muchas veredas». Es decir, que a mí don Antonio Machado más que cantar me ha hecho pensar. No obstante, su poema «Soñé que tú me llevabas» me conmovió y me conmueve hasta el canto.

Y se hizo camino al cantar. 

Se hace camino al cantar y al volver la vista atrás se ve la canción que nunca dejarás de cantar. Porque la canción no se acaba nunca, renace con cada lectura, cada interpretación, cada interlocutor. Y así un poema también. Y así un cuadro. Y así una película. Somos instrumentos. Ahora mismo, delante de nosotros, tenemos un cartel de Paco de Lucía con su guitarra, que es un instrumento, pero es que él también es un instrumento. Artista e instrumento se unen en un abrazo.

Instrumentos en busca de…

De la belleza. La belleza es una forma de consuelo. Lo que hagas tiene que ser bello, tiene que estar bien hecho, lo mismo sea una canción que un poema que una hogaza de pan. El poeta siempre pone el dedo en la llaga. Y el cantor, al cantar sobre esa llaga, sirve de desahogo y de consuelo. 

Pero ahora estamos rodeados de música que no parece que sirvan de mucho consuelo.

Eso es otra cosa. La música ambiental de la que estamos rodeados por todas partes es un desprecio a la música. Lo mismo en un restaurante que en un bar que en una tienda de calzados. Por qué no dejamos el silencio. Por qué no apreciamos el sonido de las conversaciones, y dejamos de taparlas con música a la que nadie hace caso. No lo entiendo. Yo, en ese sentido, tengo una querencia por el silencio. El silencio, el aire, el espacio, la luz. 

Volvamos a los orígenes. Usted empezó cantando en los escenarios de la Francia del 68, no sé si aquello dejó huella en usted. 

Francia me influyó, claro. Pero si tuviera que buscar las huellas más directas en mi canto, cosa a la que yo no suelo dedicar mucho tiempo, señalaría a toda la gente y disciplinas que he admirado. La canción popular, sin duda. Ahí está Antonio Molina, Paco Ibáñez, Imperio Argentina, Atahualpa Yupanqui, Alberto Cortez, Serrat. Son tantos y tan grandes que es imposible que no te dejen resonancias, pero luego uno canta lo que le va saliendo, por todos y por nadie, por uno mismo. 

Siempre la presencia del Romancero y el canto popular…

Claro. Mira, si piensas en el Romancero, en San Juan, en las cantigas de amor y de amigo, verás que son un patrimonio espiritual, un patrimonio inmaterial, ese humus que nos han dejado nuestros antepasados. Piensa en cuanta gente, cuántos palacios, cuántos edificios desaparecieron. Sin embargo, la palabra escrita, una cosa tan volandera y ahí está. Verba volant, scripta manent, las palabras vuelan, lo escrito permanece. Pero lo que es un milagro es que permanezca también lo que ni siquiera está escrito y que permanece vivo en la garganta del canto popular. Eso sí que es un milagro. 

Son nuestro patrimonio espiritual, pero no parece que le concedamos excesiva importancia. 

Nunca he entendido por qué en España, del mismo modo que hay un canal dedicado por completo a la música clásica, no hay un canal nacional dedicado en profundidad a la música popular. Tenemos tantísimas obras maestras y son tantos los artistas que ya apenas se escuchan que es un dolor. Ya apenas se escucha a Cafrune o Cabral o, si me apuras, ni a Violeta Parra. Y no hablo solo de la canción en castellano. También tiene que haber un hueco para la canción popular en euskera, en gallego, en catalán. O en genovés, como el gran Fabrizio de André, por ejemplo. Y tantos y tantos otros. Quiero decir que del mismo modo que Radio Dos se preocupa de que estén presentes maestros universales de la música clásica, porque ya te he dicho que el arte es siempre en presente, habría que traer la presencia de los grandes maestros de la música popular. Se hace, por fortuna, con el flamenco, incluso con el jazz, pero no con la música popular española. Y es una lástima. Recuerdo que en el año 82 escribí al ministro Solana en este sentido, que era tan difícil escuchar una canción en español en la radio, que más del noventa por ciento era en inglés. Y me contestó algo así como que concordaba conmigo, pero que era muy difícil legislar en esos asuntos. Y desde entonces para acá la situación no ha mejorado.

Y, a pesar de todo…

Y a pesar de todo el español florece, es imparable. En todos los campos. Hay una riqueza de creación impresionante. Es tal la riqueza que, por más ventanas que disponemos para asomarnos a esa belleza, no son suficientemente anchas para ver campo tan inmenso.