Entrevista | Antonio Orihuela Autor de 'Cien Hogueras'

“El flamenco me ha enseñado a borrar el tiempo”

Antonio Orihuela.

Antonio Orihuela. / GEMA ESTUDILLO

Le pregunto a Antonio Orihuela (Moguer, Huelva, 1965) que cómo quiere que le defina para esta entrevista, y me responde que, con ‘profesor’, es suficiente. Esta periodista se resiste a dejarlo así; además de maestro, Orihuela es poeta, ensayista y articulista, aunque lo que me lleva a hacerle esta entrevista es la publicación del libro ‘Cien Hogueras. Flamencos, hippies y poetas en la Andalucía contracultural’ (Piedra Papel Libros, 2024). Pero tengo mil y un motivos para hablar con él: doctor en Historia por la Universidad de Sevilla, cantes de Rocío Márquez llevan su firma; poemas visuales, comisariados de exposiciones, poesía como reflexión sobre la realidad contemporánea y estas cien hogueras.

La RAE las define como el «fuego hecho al aire libre con materias combustibles que levantan mucha llama»; ¿Cuántas ha provocado el flamenco, el inconformismo, la contracultura, la poesía, el grito y la lágrima? En ‘Cien Hogueras’, Orihuela exorciza y enaltece las prácticas contraculturales en Andalucía que alimentaron el espíritu contestatario de buena parte de los artistas andaluces durante los últimos años del franquismo, y los primeros de la democracia. Nombres como Pohren, Diego del Gastor, Kiko Veneno o Juan de Loxa asaltan al lector con declaraciones, vivencias y material de vanguardia que nos confirma que todo está hecho. Todo se hizo antes, solo que nosotros, ni somos los que éramos ni estamos llamados a serlo. Charlamos con Antonio Orihuela.

La primera pregunta es obligada: ¿Por qué escribió este libro?

Había escrito antes otro, ‘El refugio más breve’ (contracultura y cultura de masas en España: 1962 -1982), y entre los materiales que no utilicé me deslumbraba la viveza de las prácticas contraculturales que se habían desplegado en Andalucía, su espíritu libre y contestatario en medio de la grisalla del franquismo. Así que sentí que era necesario dejar constancia de su existencia.

¿La contracultura conlleva más cultura, más rebeldía, más creatividad que la propia cultura?

La contracultura sigue siendo una actitud, una respuesta al desastre de la vida bajo el capitalismo; una revolución que siempre fue, en primera instancia, personal, aunque extensible por contagio físico y psíquico, una reunión de gotas que hacen crecer las turbulencias en el océano del orden social y que se hacen visible cuando, finalmente, por unos instantes, se encrespa la ola. Tal vez la contracultura no exista más que como la fascinación de quienes, una y otra vez a lo largo de los tiempos, buscan referentes gozosos y ocultos cómplices para la batalla deslumbrante contra lo establecido, contra el sólido dique de la sociedad en el que siguen rompiendo las olas libertarias, insumisas, sediciosas, alegres, juguetonas, traviesas. El fruto de esas búsquedas son las obras y las actitudes que hoy reconocemos como contraculturales, subterráneas, alternativas, obras que tal vez no querían ser obras de arte y actitudes que se convirtieron en políticas por su mismo rechazo de la política.

Como asegura en su libro, «entre los años cincuenta y finales de los sesenta, se publicaron, fuera de España, más de ciento setenta libros sobre flamenco». A su juicio, y a tenor del flamenco que exportamos y que a menudo consumimos: ¿estamos generando la misma expectación que antaño con este arte?

El flamenco tiene mucho de construcción desde la mirada extranjera. En su forma moderna tiene que ver con la fascinación por España, y dentro de ella por Andalucía, que experimentan las clases acomodadas de Europa desde el primer tercio del siglo XIX. Algo de todo eso continúa vivo, sobre todo la mirada romántica sobre Andalucía y su folklore desde una perspectiva espectacular, que es la que se ofrece a los turistas que visitan Sevilla o la Costa del Sol, desde los tablaos de cartón piedra y las cuevas «preparadas» del Sacromonte, destinada a confirmar en una velada los tópicos y las ideas preconcebidas que existen en el extranjero sobre el flamenco.

Si en vez de Diego del Gastor hubiera sido Rosalía la que causara ese efecto, durante esos años, ¿la calidad del aficionado hubiera sido la misma?

No son comparables, Rosalía es un producto del mainstream, de una forma de consumir el flamenco que nada tiene que ver con el modo de vivir flamenco de un Diego del Gastor. En Diego hay una lección radical: hay que dejar de vivir bajo la tiranía de lo económico, hay que dejar de sentirse culpables por no encontrar dónde nos exploten, hay que entregarse al ocio fecundo, hay que entregarse a vivir y hay que alejarse de la muerte que nos ronda en la oficina, la fábrica y la televisión. Hay que intentar vivir en los márgenes porque es ahí donde se gana la propia vida en medio de un mundo vaciado de sentido.

Pohren, del que profundiza y centra esos años de ese flamenco vehicular de nuestro país, entendía la juerga como «el único vehículo de expresión del auténtico flamenco»; por tanto, esa necesidad de dejarse llevar por el alcohol, las drogas… ¿Cuánto flamenco se hubiera perdido sin ese ‘descontrol’?

La vida gitana, la vida flamenca, es decir, encendida, no sería más que la vida libremente dedicada a una actividad elegida, desinteresada en términos de beneficio y prestigio social, pero electrizante, absorta, sin horarios, tal y como sobrevive hoy en el arte, en la escritura, en la investigación. Una actividad que deja mucho tiempo libre para la cooperación, el acontecimiento, la complicidad, la ternura, el placer y la alegría. Una actividad que produjera, finalmente, el pueblo que falta.

Uno de los personajes de los que habla en su libro es Juan de Loxa que ya, en los sesenta, quiso aunar la música de vanguardia con los cantes populares y flamencos junto a la poesía más radical. En primer lugar... ¿Qué le ha inspirado a usted? ¿Qué ha aprendido de él? Y, en segundo lugar, una aseveración: es evidente que todo estaba ya inventado…

En Juan de Loxa se dan dos actitudes confluyentes, la subversión ante una sociedad que repudia y rechaza, y la investigación sobre materiales que expresen el signo cambiante de los tiempos; y a este fin todo le sirve, el flamenco jondo, la copla, un anuncio de la publicidad o la poesía fonética dadaísta, porque de lo que se trata es de subvertir el sistema de valores asumido y practicado y generar contra él un sentido nuevo. Los caminos que desbrozó son los que hemos seguido muchos otros, yo entre ellos. En cada tiempo histórico está todo inventado y hay que volverlo a inventar. Eso es la vanguardia, una lucha contra el tiempo, la cultura y el racionalismo de cada época.

Lo cierto es que a lo largo de la historia de la humanidad, las drogas como desinhibidor de la creatividad, la expresividad, es una constante. También habla en su libro de auténticas obras que ya forman parte de la historia de la música, sin las cuales, no se hubieran hecho realidad…

Las drogas expanden la conciencia, troquelan conductas, formatean nuestra percepción… Son un campo de trabajo interesante, pueden producir condiciones muy mágicas para la creación, sobre todo las drogas blandas, pero también conducir a verdaderos desastres y auténticos bodrios creativos, depende de cómo las manejes.

Hablamos, además, de discos que forman parte del imaginario popular, como es VENENO…

Si, Triana son los Pink Floyd andaluces, Veneno sin duda son los Sex Pistols. Veneno es la fusión del flamenco, el rock y el blues en bruto, fundidos; y la voz rasposa y callejera de Kiko, atrapada en un laberinto de guitarras flamencas, desgranando unas letras desvergonzadas y asombrándonos con unos trabalenguas geniales; todo ello superpuesto a unas mezclas imposibles de sonidos flamencos con bajo y batería, solos de rock punteados por bulerías en los dedos de Raimundo Amador, y la extravagante presencia de instrumentos étnicos como güiros, cabasas, bongós, palos de agua, cascabeles, pitos de carnaval… Algo insólito que no se volverá a repetir en ningún otro disco, algo tan caótico como subversivo y genial, tan explosivo y a la vez tan armónico, tan expansivo, tan plagado de letras maravillosas… Un disco incomprendido y rechazado en su tiempo que es hoy considerado por los críticos ni más ni menos que entre los diez mejores que se han producido en España.

Años de una creatividad desbordante… En los 70’ se tocó la primera bulería con una batería…

Y se hicieron todo tipo de experimentos frente a los que clamaban por la pureza del flamenco y la raigambre gitana del mismo. Lo que no deja de ser paradójico si tenemos en cuenta que la posterior disidencia del flamenco-fusión, ha sido protagonizada, fundamentalmente, por jóvenes músicos flamencos de origen gitano.

¿Cuántas fincas Espartero necesitaríamos para poder comulgar con el flamenco de raíz?

Sería imposible repetir aquello que es producto de un tiempo histórico tan concreto. Ese mundo desapareció al ritmo de la mecanización del campo, de los aparatos que cantaban por uno, de la profesionalización de los flamencos, de la estandarización mercantilista de unos cantes, de la afonía del pueblo, de la intervención de los poderes públicos orientando y marcando las pautas de lo que debe ser y de la forma en que se debe consumir el flamenco.

¿En cuántas de esas ‘cien hogueras’ ha ardido, en alguna ocasión, Antonio Orihuela?

Mis hogueras han sido otras, pues otro ha sido mi tiempo. Me hermana con los que se arrimaron a esas viejas candelas tener la convicción de que la vida hay que experimentarla con la mente abierta, sin prejuicios, sin miedo… eligiendo siempre el gozo de un vivir que consiste en cultivar y aumentar los graneros de amor, gracia y belleza en el mundo.

¿Qué le ha enseñado el flamenco?

El flamenco me ha enseñado a borrar el tiempo.

Usted tiene una proyección innegable como escritor y poeta, pero, aun así, continúa con su vida de profesor en Arroyo de San Serván, en la misma ciudad, ¿encontró en lo pequeño lo más grande?

A poco que uno se ponga no deja de encontrar. Estos días he encontrado la luna llena, una duna, y esta mantita. n