Cuenta que de pequeñito, cada vez que veía un caballo, quería subirse a él. A veces incluso lo conseguía. «Le decía a la gente: ‘Mira, este es mi caballo’». De esa pasión, Sergio Guisado (Zalamea de la Serena, 1995) ha hecho una profesión que espera que algún día le lleve a unos Juegos Olímpicos. No será este año. Una lesión provocada mientras preparaba una prueba internacional le tendrá varios meses parado. Pero no desespera, es joven, dice, y hay tiempo. «Habrá más Olimpiadas, tengo claro que ese es mi objetivo. A lo mejor no lo voy a conseguir, pero voy a luchar por eso».

Su especialidad es la doma clásica, olímpica desde 1912. Es una de las disciplinas hípicas más complejas que existen, que busca una compenetración total entre caballo y jinete. «Aquí competimos los dos juntos y la conexión es muy importante», cuenta Guisado, que explica que el proceso hasta llegar a ese punto es largo, pero en su caso muy placentero. «Cuando estoy encima del caballo las horas se me pasan volando». Y son muchas las que dedica cada día: «El primer caballo lo monto a las siete de la mañana y a las cinco o las seis de la tarde, el último». Trabaja con varios animales a la vez, unos suyos y otros de clientes que se los confían para que los entrene.

«Para enseñar a un animal bien, para que compita bien, primero hay que verle el potencial. Y después se tarda tiempo, más de un año. Hay que ir poco a poco, sin agobiar al animal, que se vaya de la pista con ganas de más, que le guste lo que está haciendo». Que sienta, en definitiva, la misma pasión que desprende el jinete. «Es un proceso largo, pero bonito. Soy muy feliz cuando estoy con los caballos».

No había tradición caballista en la familia de Sergio Guisado («bueno, a un primo mío un poco mayor que yo también le gustaban los caballos»), pero esa pasión que desprendía convenció a sus padres para que con 14 años lo apuntaran al club de hípica de Zalamea. «Empecé a mejorar rápido». De ahí dio el salto a un club que compite («les mandé vídeos míos montando, me hicieron una prueba y me contrataron») y le propusieron debutar en un campeonato nacional («quedé quinto, y había más de 20 caballos). Desde entonces han pasado ya varios años y su palmarés no ha parado de engordar. El último trofeo, la Copa Audi de Mijas, en febrero. Lo logró con Chanel, un caballo con el que tiene un feeling especial.

El año pasado, a pesar de todas las dificultades de la pandemia, fue campeón en cuatro campeonatos nacionales y undécimo en el internacional de Dublín. «Este ha sido mi logro máximo, es una competición donde están los mejores jinetes del mundo».

Ahora, el deportista se preparaba para el internacional de Lisboa y uno de los potros que estaba entrenando perdió el equilibrio y se fue al suelo. Sufre una lesión de pie que le ha obligado a pasar por el quirófano («no es la primera vez», advierte de buen humor). Tendrá que estar tres o cuatro meses parado. «A ver si lo consigo, porque este tiempo sin poder montar a caballo se me va a hacer muy duro», dice el ilipense, que vuelve a casa (actualmente residía en Cádiz) para recuperarse con la familia.