Para llegar hasta aquí
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Estamos ante unas elecciones cuyo resultado es tremendamente incierto. Muchísimo más que en los últimos años. Y tiene bastante que ver, aunque no exclusivamente, con el transcurso de la campaña. En mi opinión, no solo ha sido atípica en forma y fondo, sino que ha rozado el esperpento con demasiada frecuencia. Hemos visto a políticos muy distintos abandonar su partido de siempre, a pocos días de las elecciones, para irse a otro sin avisar a sus hasta entonces compañeros y amigos, mientras intentaban convencernos de la firmeza de sus principios. ¿Les penalizará? También hemos visto a dirigentes de todo signo mostrando un repentino interés por la causa animalista y haciéndose fotos con cerditos, vacas, perros o gatos. ¿Colará? Nos han regalado momentos absolutamente prescindibles pidiendo, por ejemplo, el voto a un robot, lamentando quizá que los electores sean bastante menos previsibles. Sobre todo, en esta ocasión.
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No hemos asistido a grandes mítines en plazas de toros; probablemente, porque ahora son más difíciles de pagar... ¡Ay, aquellos tiempos de ostentación, con elegantes trajes y fuegos artificiales! De hecho, en esta campaña ha sido noticia que algún partido sí completaba los aforos removiendo los sentimientos, sin necesidad de una flota masiva de autobuses. Ha sido noticia porque, desde luego, es noticia. Y lo que te rondaré. Todo un síntoma.
En estos días, se ha hablado de la ropa de los candidatos, casi siempre para mal. Y, en algunos foros, hasta ha llegado a los titulares su vida sentimental. La dedicación a la familia y el desempeño de las labores domésticas se han revelado como otra forma de pedir el voto.
En esta campaña, ha irrumpido con fuerza en los medios de comunicación el espacio para la verificación; hasta ese punto ha llegado el descrédito de la clase política. Vivimos en la era de la confusión, del votante desorientado ante la avalancha de datos y acusaciones, del tremendo esfuerzo que requiere la búsqueda de alguna verdad entre tanta afirmación tan rimbombante como engañosa.
La noche de elecciones ganará un bloque, más que una persona, que también. Prácticamente, todo el mundo da por hecho que las mayorías absolutas son irrepetibles. Los candidatos están obligados a renunciar para entenderse. A pesar de eso, mi impresión es que hemos vivido, otra vez, una campaña en negativo. Usted no hizo no sé qué, usted nos llevó a la ruina, usted tenía casos de corrupción, usted cometió tal o cual error o usted mintió a los españoles. Ojalá un día haya un candidato que no tenga problema en reconocer las cosas que hacen bien los adversarios, que siempre hay alguna, o que esté dispuesto a ceder y a pactar en asuntos que todos entendemos como más o menos razonables. Ojalá llegue ese día para poder medir si realmente la sensatez y la honestidad frente al que piensa diferente son rentables en las urnas. Por ser estas unas elecciones dominadas por la incertidumbre, es importante tomárselas en serio. A pesar de todo.
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