Si cerramos los ojos e imaginamos un entorno ideal para vivir, ya sea urbano o rural, seguramente, como música de fondo, no sonarían los claxon de los coches, ni el camión de la basura en la madrugada. Sin embargo, es muy probable que en esta ensoñación sonaran pájaros.

Así lo debe pensar también la Unión Europea, que considera una variable para medir el bienestar social el número de aves comunes que tenemos a nuestro alrededor.

Pero estas aves, gorriones, golondrinas, vencejos, perdices, mochuelos o tórtolas, entre otras, han sufrido un importante descenso en sus poblaciones en la última década. De hecho, el 37% de las aves que se reproducen en España muestran reducciones en su población.

La situación empieza a ser preocupante. Por este motivo, el XXIII Congreso Español de Ornitología, organizado por la ONG ambientalista SEO/Birdlife y que se ha celebrado esta semana en Badajoz, está dedicado a las aves comunes.

Entre las causas de este declive está el calentamiento global, muy recurrente en los últimos años pero, sobre todo, el cambio en las prácticas agrícolas y ganaderas y el abandono del mundo rural.

Aunque parezca paradójico, el ser humano ha favorecido la biodiversidad, Hoy en día se llaman sistemas de alto valor natural y no son otra cosa que «sistemas agrarios resultado de la actividad humana en el territorio y que por su inaccesibilidad, sus capacidades productivas o sus manejos tienen un mayor valor natural», explica Inés Jordana, responsables de Agricultura y Alimentación en SEO/Birdlife.

En Extremadura, apunta Jordana, «estas zonas agrarias de alto valor ecológico suponen el 40% del total del territorio».

Pero este porcentaje no coincide con las áreas agrícolas más productivas. Según Inés Jordana, la agricultura intensiva ha tenido como consecuencia que «el 30% de las especies estén amenazadas, el 48% de sus hábitat se encuentre degradado y el 60% de las masas de aguas estén en mal estado por la sobreexplotación del regadío o la contaminación de agroquímicos».

Gerardo Moreno, doctor en Biología y profesor de la Universidad de Extremadura apunta en la misma dirección, «hay dos modelos, uno intensivo que produce la mayor cantidad de alimentos en el menor espacio posible y otro que produce no de manera tan intensiva pero compatible con los valores naturales».

Pero la agricultura tiene que ser rentable para quien la practica, ¿cómo conseguirlo sin degradar el medio ambiente?

Para Gerardo Moreno, «dado que la conservación de la naturaleza es un bien para la sociedad y los sistemas agrarios que contribuyen a ello están haciendo un bien público, en principio debería ser la sociedad quien lo tendría que pagar y de hecho, la sociedad tiene herramientas para pagarlo». «Toda la política agraria comunitaria es un gran instrumento para compensar a los agricultores por el papel que juegan para la sociedad» añade Moreno.

Según Inés Jordana, «si metes variables como la calidad de los productos que se elaboran o el conocimiento por parte de los consumidores de qué tipo de productos quieren consumir, estás apoyando un tipo de agricultura que a lo mejor no es la que más produce pero sí la más rentable».

Es decir, producir menos, pero de mayor calidad y valor, lo que no tiene que significar que sean más caros. Para Jordana, esto supone plantearnos «qué tipo de agricultura queremos subvencionar» y «rediseñar esas prácticas agrarias para apoyar los productos de calidad diferenciada: en vez de ahogarlos administrativamente, ayudarles en la distribución».

Y volvemos a las aves comunes, aquellas que son un indicador del bienestar para la Unión Europea. Ellas son, según Inés Jordana, «la punta del iceberg del estado del ecosistema en el que vivimos como una especie más, el aire, el agua, el propio suelo, los alimentos que consumimos, son los mismos que los de estas aves», su estado refleja el nuestro. La Unión Europea también nos recuerda que hombre y naturaleza vamos unidos.