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LA ENTREVISTA

«Cuando esto pase hay que recordar quién nos ha atendido y quién no»

El extremeño Miguel Ángel Gómez es uno de los miles de transportistas que hacen posible que el suministro de alimentos y de otros productos de primera necesidad no quede interrumpido

«Cuando esto pase hay que recordar quién nos ha atendido y quién no»

Son poco más de las once de la mañana y está llegando a Vitoria. Lleva ya más de seiscientos kilómetros desde que salió el día anterior de Miajadas, donde cargó el camión con salsa de tomate en Inpralsa, la planta que Gallina Blanca tiene en esta localidad cacereña. Va con destino a París, hasta donde le quedan otros 950 kilómetros y un día más de viaje. Es la hora de la pausa. «He parado, me he calentado mi cafelito y he desayunado tranquilamente en un área de descanso donde estoy yo solo», cuenta Miguel Ángel Gómez Arias, uno de los miles de transportistas que estos días contribuyen a que los productos de primera necesidad puedan llegar a las estanterías de las grandes superficies, las tiendas de alimentación, las farmacias o los hospitales. Sin sus rutas, estos establecimientos quedarían desabastecidos en cuestión de semanas.

La vuelta la hará probablemente con el tráiler cargado de bobinas de papel que deberá recoger cerca de otra ciudad francesa, Calais, y que irán a parar a la fábrica almendralejense de Ondupack. Allí se convertirán, entre otros productos, en cajas para fruta o verdura, necesarias también para que la industria alimentaria siga funcionando.

Miguel Ángel tiene 43 años, y más de la mitad de ellos, 22, los ha vivido en este oficio. «Llevo ya mis tiros pegados aquí, incluso me escapaba de clase para irme con mi padre, que también ha sido camionero», bromea.

Carreteras desiertas y muchas dificultades para asearse en condiciones o comer caliente son la tónica de estas semanas. «Da pena trabajar así. Anoche me quedé a dormir en un pueblo entre Salamanca y Tordesillas», en un área con aseos prefabricados en la que «te dejan solo ir al servicio, hacer tus necesidades, y fuera, ni lavarte ni nada. Luego el café te lo sirven por ventanilla, uno de estos malos de máquina que encima te vale un euro cuarenta».

Normalmente está fuera de casa la semana laboral completa. «La pasada salí el lunes por la mañana a las siete y llegué el sábado a las diez», aclara. A veces también le toca estar lejos de su mujer y sus dos hijas, de 11 y 16 años, los sábados y los domingos, aunque durante este periodo de cuarentena todavía no ha tenido que hacerlo. Y mejor así, porque «si un fin de semana metido en la cabina ya se te hace largo estando el tema normal, tal y como está la cosa en estos momentos...».

Con el drástico descenso del tráfico viario a causa del confinamiento y de la reducción de la actividad económica, prácticamente no se ve a nadie en la carretera estos días. Para atravesar Burdeos, un área urbana con alrededor de un millón de habitantes, «normalmente si ibas a las horas punta te quedabas en las áreas de servicio hasta que terminase el follón, pero ahora pases a la hora que pases, no hay nadie», pone como ejemplo. Por una parte, está la ventaja de hacer más rápido el viaje, porque lo que antes tardaba diez horas en recorrer, ahora no llegan a nueve, «pero por otra, qué pena ver todas las ciudades si vida», lamenta.

La mayoría de sitios en los que habitualmente paraba para comer o asearse están ahora cerrados. Y entre los que permanecen abiertos, «Algunos sí te dejan ducharte, pero es mejor no hacerlo», alude en referencia a las escasas condiciones higiénicas que hay a menudo en estos lugares. Tampoco ayuda que en Francia, otro de los países que más ha sido castigado por la pandemia, las áreas de descanso, «‘parkings’ con servicio» estén ahora «todas» con el cartel de ‘fermé’.

Al menos, explica, «los que salimos para afuera tenemos siempre de todo en el camión. Tengo mi cafetera, mi microondas....», pero, añade, «una vez que llegabas a España, al menos una vez a la semana te gustaba sentarte a comer un plato calentito y hablar con tus compañeros». «Hay sitios en los que por lo menos los servicios mínimos te los dan, pero hay otros en los que hemos estado parando toda la vida, a comer, desayunar o a tomar un café y ahora están cerrados a cal y canto. Cuando pase todo esto hay que recordar quién nos ha atendido y quién no. Yo, por mi parte lo voy a hacer», remacha.

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