En un edificio del siglo XIV, en pleno corazón del barrio judío, se levanta la sinagoga del municipio cacereño de Alcántara; cerrada a cal y canto desde hace años, ahora se ha convertido en un laboratorio del textil, donde Esther González, presidenta de la Asociación Extremeña de Moda Sostenible (MOSE), investiga actualmente el uso del cáñamo y de los tejidos naturales enfocados al textil sanitario.

Creadora de la marca Enkaster, que contribuye a la revolución ‘slow fashion’ para impulsar la moda sostenible en Extremadura, Esther González ha transformado un edificio histórico en un espacio puntero, «mitad taller, mitad laboratorio», que alberga maquinaria, zona de despachos «y en la parte de arriba del coro hemos ubicado la zona de reuniones. El Ayuntamiento de Alcántara nos dio todas las facilidades y el espacio que mejor nos encajaba era la sinagoga».

Reconoce que desde la llegada de la pandemia de covid se ha experimentado un cambio de paradigma con respecto a la moda sostenible: «antes era imposible encontrar materias primas naturales en España. Tenías que importarlas de países como Asia, con el impacto que eso supone para la huella de carbono».

Ahora, en pleno proceso de creación de la colección de primavera-verano, afirma que «jamás pensé que pudiese conseguir tules ecológicos y ciertos tejidos que eran imposible encontrarlos aquí. Podías hacerte con algodón y tejidos muy básicos, sin muchos estampados y en colores naturales». De hecho, la primera colección que presentó la tuvo que teñir ella en su propia casa porque no contaba con otra opción. «Ahora ya no hay dificultad en encontrar esos tejidos porque se han puesto las pilas proveedores; han visto que hay una demanda importante. Hasta las grandes marcas están subiéndose al carro de la sostenibilidad, aunque pueda tratarse de un ‘’», apunta en referencia al lavado de cara que pueden realizar esas grandes marcas con respecto a la sostenibilidad, ya que la industria de la moda es una de las más contaminantes para el planeta.

Marcas emergentes

Sin embargo, ella prefiere apostar por las marcas emergentes del sector. «Hay muchas diseñadoras que quieren empezar a crear su marca y no tienen dónde hacerlo. Y la realidad es que todos compartimos los mismos problemas: no tenemos dónde fabricar. En ese sentido, Portugal nos ha aventajado en fabricación grande en cadena, las marcas se están yendo al país vecino».

Sin embargo, esta empresaria, descendiente de la Sierra de Gata, no lo ve como un problema: «ya no nos interesa montar esas macro fábricas, sino crear talleres pequeños en zonas rurales donde puedes dar trabajo a cinco o seis mujeres». 

Y añade que en Portugal los requisitos son muy grandes y «arrancar es muy complicado. Aquí ofrecemos una oportunidad; un nicho» para diseñadores y diseñadoras que apuestan por el futuro de la moda, «que pasa por la digitalización y la sostenibilidad». 

Precisamente, entre los muros de la sinagoga medieval se desarrolla la vertiente digital de un sector que crece a pasos agigantados. «Nosotros hacemos todo: llevamos el marketing digital de las empresas, el diseño, prototipado, corte, confección y patronaje. Y todo de forma digital; excepto la confección. La mejor forma de abaratar costes es digitalizar la producción; cuanto menos tiempo tardas en hacer una prenda más rentable te sale».

Ese impulso de marcas emergentes le ha llevado a bandonar la producción en cadena, con la que experimentó un pico grande en los primeros meses de la pandemia: «no dábamos a basto para confeccionar batas, mascarillas». Pero ese hecho inusual «apenas duró hasta el verano de 2020», después la deslocalización de la producción volvió a apoderarse de un sector que ha visto cómo la globalización ha eliminado de un plumazo miles de puestos de trabajo.

Deslocalización

Tan salvaje ha sido esa deslocalización que cuando González quiso presentar su primera colección con materias primas naturales de la tierra, apenas sí pudo conseguir lana merina. «Fue una odisea; imposible. Las piezas tuvimos que confeccionarlas con algodón orgánico de Barcelona. Se han abandonado la explotación de esas materias primas, aunque yo tengo fotos de antepasados míos recogiendo algodón en la Sierra de Gata. Es muy triste». 

«Entonces me di cuenta de que había empezado la casa por el tejado porque no teníamos donde fabricar el producto. Aquí se había desmantelado todo lo relacionado con el sector textil. Un desgracia que se dio en todo el país». 

Y ese fue el detonante de MOSE hace un lustro: «contacté con laneras de la tierra, un colectivo que está recuperando la lana merina de forma natural, y también con suministradores de algodón ecológico, de seda y de corcho, y creamos la asociación para unificar y hacer resurgir el sector de la moda en Extremadura, pero desde un punto de vista sostenible. Estamos federados con Moda España». 

«Nos vendemos mal»

La presidenta de MOSE asegura que «la gente quiere comprar moda extremeña pero no sabe dónde. Hay que facilitar al cliente el acceso a nuestras marcas. En ese sentido, nos vendemos mal. Y nos pasa con muchas otras cosas. Veo tanta riqueza a mi alrededor y podríamos ser tan grandes... Se necesita un espacio de referencia donde se aglutinen las marcas y se pueda comprar moda extremeña».

Moda de raíz extremeña

En Enkaster se utiliza desde lana merina pura hasta corcho en las prendas, zapatos y complementos, siempre de forma «sostenible y sustentable», es decir, respetuosa con el medio ambiente.

Nacida y residente en Moraleja, donde también tiene un taller textil, González demuestra su pasión por la moda, que le ha llevado a participar en el concurso de nuevos diseñadores en el Museo del Traje de Madrid, con su colección «Brotes», inspirada en el incendio de Gata de 2015 (una evolución del negro al verde y al colorido de la sierra).

MOSE también apuesta por unas buenas condiciones laborales de las trabajadores (en un sector mayormente feminizado) y por un consumo responsable en el ámbito de la moda y el diseño.

La de Extremadura se convirtió en la cuarta asociación en toda España que apuesta por la moda sostenible, una «filosofía de vida» que abarca todo el ciclo productivo, desde la consecución de la materia prima hasta el reciclaje cuando el producto deja de tener uso, pasando por la manufactura en procesos respetuosos con condiciones laborales dignas y exentas de explotación laboral, según rezan los estatutos de la propia asociación.

Esto último, algo esencial ya que la pandemia ha puesto en riesgo alrededor de 200.000 empleos y ha acelerado cambios en el segundo sector más contaminante del planeta, «que ahora gira hacia una mayor digitalización y abraza un futuro más sostenible».

Pero en la región existen pocas empresas que garantizan un proceso sostenible en sus creaciones, bien porque utilizan materias primas naturales, como la lana, o porque trabajan en el reciclaje de productos. 

Un campo que aun está por abonar pero que presenta mucho potencial, «porque existe mucha materia prima como la lana de las cabañas ovinas y porque nuestra región cuenta con tierra para recuperar cultivos tradicionales ecológicos que pueden dedicarse a este proceso de la moda sostenible». Renovarse e innovar para conseguir crear mercado y crear conciencia. 

Una industria muy contaminante para el planeta

La industria de la moda es responsable del 10% de las emisiones de dióxido de carbono y es la segunda industria a nivel mundial que más agua necesita para generar productos. Y se estima que el 73% de la ropa producida anualmente termina incinerada o en basureros, lo que contribuye a la contaminación terrestre y atmosférica

A principios de diciembre, el Complejo Cultural San Francisco de Cáceres se transformó en un espacio de trabajo medioambiental con la I Feria Transfronteriza de Moda Sostenible y Reciclaje Textil, en la que una veintena de marcas mostraron sus creaciones, en una clara apuesta por la sostenibilidad y el reciclaje textil.

En esa feria, organizada por la Diputación de Cáceres, a través de su Área de Reto Demográfico, Desarrollo Sostenible, Juventud y Turismo, en el marco del proyecto LOCALCIR, se pusieron de manifiesto las dos caras de la moneda que tiene el sector textil.

 Datos del 2019 señalan que el 2,8% del PIB lo genera el sector de la moda, que es la décima industria más contaminante del planeta. «Hay que dar una segunda oportunidad a la ropa, a los productos usados, algo muy practicado en lugares punteros en el sector como Londres o Estados Unidos», apunta el portavoz provincial y diputado del área, Álvaro Sánchez Cotrina. «La moda sostenible está permitiendo fijar población al territorio».

Cada vez son más los talleres que se abren en los pequeños núcleos rurales y permiten comercializar sus productos.

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